sábado, 14 de agosto de 2010

Hay una belleza escondida que Dios ha colocado en cada tiempo


Mientras el mundo envia señales inequivocas del final de su historia, puedo recostarme en la bendita esperanza, que pronto, el tiempo de la canción llegará, y entretanto llegue, mi espíritu puede viajar y traerme aliento, desde la estación del cielo donde mora la eterna justicia y el Abrazo del Padre.

"Porque he aqui, ha pasado el invierno,
Se ha mudado, la lluvia se fué;
Se han mostrado las flores de la tierra,
El tiempo de la canción ha venido.
Y en nuestro país se ha oído la voz de la tortola"
Cantares 2.11-12

domingo, 20 de junio de 2010

Islamistas en Marruecos utilizan Facebook para perseguir a cristianos


Cristianos de Marruecos alertan que extremistas musulmanes marroquíes alientan al Gobierno para perseguir a los cristianos y utilizan las redes sociales como Facebook y Twitter para exponerlos y vilipendiarlos.

Un ejemplo es el usuario Gardes Maroc Maroc que ha expuesto 32 publicaciones con imágenes con docenas de cristianos conversos, llamándolos "evangelistas hienas" o "lobos con pieles de cordero" que buscan "sacudir la fe de los musulmanes." Las publicaciones en este perfil están en árabe y convergen con la ley anti-proselitismo de Marruecos, que prohíbe los esfuerzos para "sacudir la fe de los musulmanes".

En las imágenes expuestas se presentan a cristianos convertidos con información detallada de sus familias, sus trabajos, donde se congregan, sus direcciones e incluso con anécdotas que se utilizan para calumniarlos.

En algunas imágenes se agrega el texto de "marroquíes convertidos en hienas" al referirse a cristianos nacionales.

Desde marzo de este año, el gobierno de Marruecos ha expulsado a más de 100 cristianos extranjeros por "proselitismo" sin tiempo suficiente para que los afectados pudiesen coordinar su salida.

A la par se ha desatado una campaña nacional para vilipendiar a los cristianos en Marruecos. Más de 7.000 clérigos musulmanes han firmado una comunicado denunciando las labores de las organizaciones cristianas base de "ayuda al terrorismo religioso", según ha informado Compass Direct.

En su perfil de Facebook, Gardes Maroc Maroc pide a las autoridades marroquíes que investiguen a los padres adoptivos de los niños de la aldea de Ain Leuh, que se encuentra a 50 kilómetros al sur de Fez. Allí se asegura que cristianos locales, bajo las órdenes de "misioneros extranjeros", están tratando de adoptar a esos niños para que sus esfuerzos cristianos no queden "en vano".

Desde que se inició la expulsión de cristianos en Marruecos, la situación de los cristianos locales se ha vuelto muy tensa. Algunos cristianos han sido interrogados por las autoridades policiales quienes se mofan de su fe e incluso han pronunciado amenazas de encarcelación e incluso de ejecución.

domingo, 13 de junio de 2010

Creer en Dios


Con la puesta en marcha de las campañas publicitarias a favor de la opción atea, se abrió en su día un interesante debate que dejó a muchos con una inquietud permanente.





Quizás la mejor forma de evitar la realidad que a cada uno, más tarde o más temprano, puede tocarnos vivir (y no hablaré de las abducciones por no liarla más de lo debido), sea aparcar el tema en el maremágnum de las hemerotecas, como se ha hecho, así el descanso de algunos puede ser temporalmente relajante hasta que descubran por si mismos alguna que otra divinidad personal que les satisfaga más que el mismísimo Dios creador; no sea que quede algo por descubrir y se lleven una sorpresa en su, también, supuesta eternidad.

Esto tampoco sería muy novedoso ya que entre la colección de dioses que tenían los griegos existía una figuración dedicada al dios no conocido, es decir, por si acaso quedaba algo más.

Y en relación con esto, el ser humano ha echado mano de un invento un tanto sorprendente y que ha resultado el más peligroso de los conocidos. Me refiero a la religión. Este hecho, tan antiguo como los orígenes de la humanidad, ha sido un venero mortífero, una droga destructora que se ha revestido de santidad, para parecerse al único Dios y frenar los más bajos sentidos humanos.

Este fenómeno religioso ha generado tal conflicto en las sociedades del pasado y del presente, que ha llevado a la mentalidad humana a intentar ser ateos y no creer en nada.

Las religiones han buscado, con éxito, someter a sus seguidores a sus propios deleites, y dichos adeptos han identificado esas prácticas humanas con Dios, creando un modelo propio y llegando a una episteme errónea. Bien es cierto que no hace falta ser muy inteligente para rechazar creer en un Dios vengador, destructor y sobre todo oscuro y distante del pueblo, pero es una tragedia que lleguemos a lo que hemos llegado, es decir, decidirnos por algo que ni por asomo hemos conocido.

Lo que motivó esta reflexión con todos ustedes ha sido un contacto por las redes sociales en Internet que en el apartado de creencias manifestaba “creo en Dios a mi manera”.

Y aunque muchos puedan sentirse identificados con la misma, la frase me recuerda a Frank Sinatra. Con todo respeto a las opiniones, no me parece la mejor forma de creer en Dios, puesto que hay muchas posibilidades de que esa no sea la forma en la que haya que creer.

¿Y cual es la forma se preguntarán algunos?. Esa fue la misma pregunta que le hizo un miembro del Sanedrín a Jesús de Nazaret, de nombre Nicodemo y la respuesta resultó inconcebible para el erudito judío: “Nacer de nuevo”. Ese nuevo nacimiento supone conocer a Dios personalmente y decidir libre de ataduras, de ritos y religiones.

Ese nacimiento solo proviene de creer en Dios y de aceptar la obra de la cruz.

El gobierno de Marruecos destroza la vida a los cristianos marroquíes» según un testigo directo


MADRID, 07/06/2010 (eMision.net/ProtestanteDigital.com)


Antonio García (nombre ficticio) lleva seis años colaborando con proyectos sociales en beneficio de personas carenciadas en Marruecos. Ahora no puede explicarse por qué las autoridades de ese país expulsan sin juicio previo a los cooperantes cristianos y acosan a los creyentes nacionales, y pide oración por unos y otros.


Aunque es de sobra conocido si diera su nombre auténtico la prudencia le lleva a no revelarlo. Teme que sus vecinos musulmanes –vive en Andalucía- lo denuncien en la mezquita y la próxima vez que quiera entrar en Marruecos la frontera esté cerrada para él.

Antonio García (seudónimo) fue a Marruecos en febrero de 2004 junto a otros cristianos, llevando ayuda humanitaria para los damnificados por el terremoto que sacudió la región del Rif, afectando especialmente Alhoceima y alrededores. “Las pequeñas casas de adobe se derrumbaron, hubo centenares de muertos y muchísimas familias quedaron sin vivienda. Aún hoy algunas de ellas habitan en tiendas de campañas”, relata a emision.net

En aquel momento, los cooperantes españoles quedaron sorprendidos al escuchar de boca de estos campesinos rifeños expresiones de agradecimiento. “Los cristianos vienen a ayudarnos”, decían. “Eso llegó a nuestros corazones y a partir de aquel día nos planteamos la posibilidad de ayudar a tantas personas necesitadas como hay en Marruecos, un país de contrastes donde algunos ostentan grandes riquezas y otros son extremadamente pobres”.

LOS CRISTIANOS MARROQUÍES
Al comenzar a trabajar, el grupo conoció a otros cooperantes de fe cristiana. “En efecto, hay muchos cooperantes haciendo una labor social extraordinaria. O mejor dicho: había muchos cooperantes, porque ahora han expulsado a una gran cantidad. Conocimos asimismo a los líderes de la iglesia local quienes también hacen una obra social tremenda y ahora están sufriendo bastante”, expresa con pesar.

Como es sabido, desde marzo del presente año, el gobierno de Marruecos ha expulsado a más de cien cooperantes cristianos, casi todos evangélicos, e incluso a un empresario español, sin haber cumplido en ningún caso el procedimiento legal correspondiente. El tema ha saltado por fin a la palestra y los medios de comunicación se están haciendo eco de las protestas ante el gobierno marroquí. Pero poco se ha hablado de lo que sucede con los creyentes locales, los marroquíes que han abrazado la fe en Cristo.

“He estado allí hace dos semanas y la verdad es que la situación es muy pesada. Te sientes como si fueras un criminal. Por ejemplo, cuando quieres hablar con un cristiano marroquí, lo primero que él hace es quitar la batería de su móvil porque la policía podría escuchar la conversación. ¡Imagínate! Das catorce mil vueltas para poder verte con alguien porque son perseguidos por las autoridades. Por la mañana llegan los militares en sus casas para registrarlas y hacerles interrogatorios; al medio día reciben a la Policía local para volver a interrogarlos; por la noche aparece nuevamente la Guardia Nacional para registrar la casa en busca de una Biblia en árabe, para acusarlos de proselitismo. Están pasando una situación realmente complicada y es algo que se debe denunciar desde aquí porque se está hablando bastante de los cooperantes cristianos extranjeros -y hay que hacerlo, evidentemente-, pero los cristianos marroquíes están sufriendo mucho”, afirma.

Antonio no puede explicar qué está ocurriendo. “No sabemos cuáles son los motivos reales han llevado al gobierno marroquí a tomar estas medidas. Desde hacía más de veinte años no había una situación como esta. El padre del rey actual sí llevó a cabo una persecución brutal que casi hizo desaparecer –o al menos aislarse- a la iglesia nacional marroquí, pero Mohamed VI había mantenido hasta ahora una relativa tolerancia. De repente se ha desatado esta ola represiva y nadie se explica por qué. No sabemos si hay motivos políticos o económicos; a los cristianos nos corresponde orar por nuestros hermanos que están allí dentro”.

De una cosa está seguro: “Ahora Marruecos tiene dos opciones: o se radicaliza o abre la mano y da tolerancia y libertad religiosa. Tendrá que decidir una cosa u otra, no podrá mantenerse como está”, afirma.

HECHOS CONCRETOS
“El gobierno de Marruecos está intentando arruinar la vida de los cristianos marroquíes, está quitándoles los pequeños negocios que puedan tener, está queriendo expulsarlos de los trabajos, está llevándolos a las comisarias. Por ejemplo, un hermano me comentó que lo tuvieron dos días en una comisaría sin que su familia supiera dónde se encontraba. Otro me dijo que tiene tanto miedo que no se atreve a conducir porque cree que le van a provocar un accidente”, explica Antonio.

En cuanto a los cooperantes, normalmente no son amenazados. “Simplemente la policía se presenta en la casa y les comunica que deben salir del país en 24 o 36 horas. Estuve hace dos semanas con una cooperante en una ciudad importante, y puedo decir que ella está en un estado de depresión porque sistemáticamente han ido expulsando a sus compañeros. Tiene miedo, la están vigilando y ella lo sabe, y también sabe que de un momento para otro pueden avisarle que tiene que salir. Una situación angustiosa”, afirma el cooperante español.

REACCIÓN INTERNACIONAL
Holanda fue el primer país que levantó su voz para protestar por las expulsiones, en marzo pasado. “Herman, uno de los directores del orfanato Villa de la Esperanza, que fue donde comenzó todo esto con la expulsión de los 16 cooperantes a cargo, es holandés. Estas personas estaban cuidando a estos niños como si fueran hijos suyos, al precioso. Herman se ha movilizado mucho, ha dado conferencias por medio mundo y el embajador de Holanda en Marruecos también se ha movilizado, incluso ha estado hace diez días en el orfanato, hablando con los niños”.

Al hablar de de los niños de Villa de la Esperanza, en Ain Louh, Antonio se conmueve. “Lo que ha ocurrido con estos niños ha sido terrible, han separado a padres de hijos. Estos cooperantes llevaban allí diez años y hay niños con esa edad que no conocen a otros padres sino a ellos, y no han tenido otros hermanos. Cuando la policía estuvo allí, estos niños, que son huérfanos o abandonados, les preguntaban: `¿Por qué nos robaís a nuestros padres?` Es algo incomprensible para ellos”. Allí se ha instalado gente del gobierno en el orfanato y ellos no entienden qué está ocurriendo”, relata.

Otra de las embajadas que reaccionó muy pronto fue la de Estados Unidos. De hecho, parte del orfanato de Ain Louh fue construido con una donación de la embajada estadounidense. “Estos dos países han protestado enérgicamente desde el principio y creo que también lo están haciendo la mayoría de los países de donde provienen los cooperantes expulsados, y ahora también España” dice Antonio.

Ante la expulsión de cerca de 40 estadounidenses, el congresista Frank Wolf ha pedido que Estados Unidos suspenda la ayuda económica que otorga a Marruecos. “Este tipo de medidas son las que van a frenar las expulsiones. Marruecos ahora tiene que tomar una decisión, o se radicaliza o abre la mano. No sabemos qué ocurriría con las ayudas que está recibiendo de Estados Unidos o la Unión Europea, el gobierno de Marruecos seguramente sabía que todo esto iba a tener una repercusión a nivel mundial porque son cooperantes del mundo entero los que están expulsando”, afirma Antonio, agregando que es necesario hacer presión. “Todo lo que sea alzar la voz y denunciar, va a llegar. Las entrevistas, los artículos, todo lo que se publique en España pasa a través de la embajada marroquí y llega directamente a Rabat”.

¿INVERSIONES EN PELIGRO?
A criterio de este cooperante, las inversiones extranjeras en Marruecos podrían estar en peligro, si quienes han invertido son cristianos. “Marruecos emprendió hace unos años una campaña muy importante para captar el turismo europeo y se han creado urbanizaciones de lujo que están siendo compradas por españoles, franceses, alemanes e ingleses. ¿Qué ocurriría si comienzan ahora a expulsar a turistas porque sean cristianos? Si empiezan a embargarles las casas… porque el orfanato de Ain Louh ha sido embargado sin ningún tipo de juicio”.

Uno de los últimos casos de expulsión ha sido el de un creyente que tiene un negocio en Marruecos y al volver de un viaje de negocios a Melilla le impidieron la entrada, por lo que va a perder su pequeña empresa, que es su forma de vida, y ahora tiene que sacar a su esposa y sus hijos del país. “¿Cómo se reedifican estas vidas que pierden casi todo en estas condiciones? Hay que preguntarse qué va ocurrir con las inversiones de empresarios extranjeros. Si tú has montado allí una fábrica, un negocio, ¿ahora cuando llegues a la frontera te van a decir que por ser cristiano no puedes entrar y te van a expropiar todo? Esto no cuadra, no es lógico. Si nos callamos, harán lo que quieran. Pero si levantamos la voz, a Marruecos no le quedará otro remedio que respetar”, concluye.

¿COMO AYUDAR?
Llegado a este punto, cabe preguntarse cómo ayudar a quienes están padeciendo persecución en Marruecos. “El gobierno ahora mismo está intentando arruinar la vida de los cristianos marroquíes y los está dejando sin trabajo, sin medios para sobrevivir”, afirma Antonio. Por ello, propone que los cristianos de España ofrenden mediante una cuenta creada específicamente para tal fin y que “alguien de reconocido prestigio pudiera llevar esta ayuda”.

Otra manera de ayudar es orando. “Creo que los cristianos en España debemos tomar conciencia de lo que está ocurriendo con la iglesia clandestina, la iglesia perseguida. Nosotros lo hemos padecido en nuestra carne y eso no ha acabado, simplemente se ha desplazado 14 kilómetros de la península (desde Ceuta o Melilla son solo unos metros). Esto puede servir a los cristianos españoles, evangélicos y no evangélicos a tomar conciencia de lo que está ocurriendo, que están persiguiendo a nuestros hermanos simplemente por su fe, esto es muy grave”, insiste Antonio.

SEMBRANDO EL MIEDO
Para ilustrar mejor la realidad que se vive en Marruecos en estos momentos, el cooperante relata el caso de una mujer cristiana a la que su marido musulmán la estaba golpeando por no ser islámica. “Ha tenido que salir de la casa con sus hijos porque el marido la iba a matar. Se ha refugiado en casa de otro cristiano y a éste lo han denunciado por secuestro y por querer convertir a los niños a la fe cristiana. Hay montones de casos de este tipo. Es algo absurdo y que paraliza porque produce miedo”, expresa.

En otro caso, la policía fue al lugar de trabajo de un cristiano. “Ha pedido a todos los compañeros que firmen un documento pidiendo que él salga de ese lugar. Luego le informaron que tiene que dejar ese trabajo porque sus compañeros no lo quieren allí. Esto es tortura psicológica”, afirma.

En cuanto a si esta situación afecta también a los católicos, Antonio cree que no. “Cuando todo esto comenzó, en marzo, el obispo de Rabat declaró al prensa que ellos se mantenían al margen de cualquier cosa que pudiera ocurrir con los evangélicos. Afortunadamente -entre comillas- han expulsado a un franciscano de Larache y por eso han comenzado los católicos españoles a protestar. Ellos tienen mucho poder y tal vez eso motivó que Moratinos se esté expresando ahora en los términos en que lo está haciendo. Creo que habrá ayudado esta expulsión para que España presione un poco más”, concluye Antonio García, un español que lleva años cruzando el Estrecho de Gibraltar para brindar ayuda a los más necesitados. Como cierre de la entrevista dice: “Los cristianos en Marruecos nos están necesitando, necesitan nuestro apoyo”.

sábado, 22 de mayo de 2010

Rabat expulsa a cristianos extranjeros acusándoles de proselitismo

21/05/2010 | Actualizada a las 15:48h | Internacional

Rabat. (EP).- El Gobierno de Marruecos ha expulsado desde el pasado mes de marzo a alrededor de un centenar de cristianos bajo la acusación de haber hecho proselitismo entre los musulmanes, según informó el ministro de Asuntos Islámicos, Ahmed Tufiq, quien justificó estas medidas por la necesidad de impedir "enfrentamientos religiosos".

Entre los afectados figura un ciudadano español, Francisco Patón Millán, expulsado la semana pasada. Las expulsiones comenzaron el pasado mes de marzo y muchos de los expatriados eran cooperantes humanitarios. "Estos incidentes han sido provocados por el activismo de algunos extranjeros que estaban socavando el orden público", declaró el ministro de Donaciones Religiosas y Asuntos Islámicos en una entrevista ofrecida ayer jueves por la noche a Reuters.

"Algunos de ellos ocultaban su proselitismo y su activismo religioso bajo la apariencia de otras actividades", agregó. La última expulsión fue la del español Francisco Patón Millán, director de una pequeña compañía energética a quien la semana pasada se le ordenó abandonar el país por intentar convertir al Cristianismo a los musulmanes, según informaron fuentes eclesiásticas y diplomáticas europeas.

Según Tufiq, Marruecos tiene interés en fomentar el respeto y la coexistencia entre las religiones, pero también desea "proteger su unidad religiosa". "Marruecos quiere impedir un enfrentamiento o un conflicto entre religiones", aseguró. "No hay necesidad de que los creyentes de una religión conviertan a los creyentes de otra", agregó. "La guerra entre religiones es muy peligrosa y el mundo no tiene necesidad de eso", prosiguió. "¿Qué prefieren los cristianos? ¿Un puñado de marroquíes convertidos o el orden y la calma entre los marroquíes, impermeables a la intromisión foránea en su fe?", se preguntó.

Fuentes humanitarias y diplomáticas occidentales han asegurado que hasta 70 cooperantes extranjeros fueron expulsados a principios de marzo por intentar convertir a los musulmanes, pero el Gobierno sólo ha reconocido oficialmente 16 expulsiones. El diario de inclinaciones islamistas 'Attajdid' informó ayer jueves de que las autoridades habían ordenado la semana pasada la expulsión de 23 extranjeros en el marco de una más amplia oleada de deportaciones.

Los musulmanes constituyen el 99 por ciento de la población de Marruecos, pero hay libertad de culto para los seguidores del cristianismo -en su mayoría extranjeros- y del judaísmo -unos pocos miles de habitantes autóctonos-. No obstante, el intento de convertir a los musulmanes a otras religiones constituye un crimen en Marruecos que se castiga con penas de hasta seis meses de cárcel, pero en el caso de los extranjeros las autoridades prefieren optar por la expatriación para impedir escándalos internacionales.

Antes de este año, Marruecos había expulsado ocasionalmente a algunos misioneros, en su mayoría pertenecientes a iglesias evangélicas de Estados Unidos. El Rey de Marruecos tiene la consideración de Comendador de los Creyentes (Amir al Muminine) y, por ello, la última palabra en materia espiritual.

domingo, 28 de febrero de 2010

¿Quién vació las iglesias?

Alfonso Ropero, España


La formación de un mito: el modernismo, causa de la deserción de la fe

Casi desde los primeros años de mi conversión (hace ya más de tres decenios) vengo reflexio­nando sobre el alejamiento progresivo, en especial de la juventud, de ese camino y forma de vida enseñados por Jesús. ¿Por qué algo tan precioso y trascendental es rechazado tan masiva y ligeramente? En mis días de estudiante de teología en Inglaterra escuché repetidamente una razón que casi me convence. La culpa, se decía con variados matices pero igual contenido, es del llamado «liberalismo» o «modernismo» teológico. Todos los males que afligen al protestantismo ac­tual se debían a una única causa: a la disección racionalista de las eternas verdades de la Palabra de Dios practicada por los profesores de los seminarios liberales. Y como estos lo ponían todo en duda, ya no se podía seguir creyendo en nada. El liberalismo echaba a pique las antiguas e inconmovibles verdades del Evangelio. Lo que parecía historia se calificaba de mito, las enseñanzas contenidas en la revelación eran meros préstamos tomados del entorno cultural. Al desaparecer el elemento histórico y sobrenatural del cristianismo, la versión liberal proponía una nueva reforma en los conceptos y contenidos de la fe, centrados casi única y exclusivamente en un solo credo: la Paternidad divina y la Hermandad de todos los hombres. Si es esto lo que se predicaba desde los púlpitos, entonces era natural que la gente perdiera el temor de Dios y el interés por la salvación eterna, y acabara por abandonar las iglesias y el cristianismo en definitiva.

Es incuestionable que la Alta Crítica sometió la Biblia a una lectura imposible, los mas atrevidos, deslumbrados por la reciente ciencia de las religiones comparadas, sólo veían leyendas copiadas de Egipto o Mesopotamia. En el afán de descubrir rastros mitológicos se llegó a equipar los doce hijos de Jacob con los doce signos del zodiaco. Es cierto que la relectura del cristianismo a la luz de la modernidad, con sus parámetros de racionalidad y análisis científico, hicieron tambalear la fe de muchos, pero de ahí a pretender que el descreimiento gene­ralizado de las masas y el abandono de las prácticas religiosas se deban a esa y única causa, de corte académico, que muchas veces no salía de los centros elitistas y casi esotéricos de algunas instituciones teológicas, es otorgar una capacidad de cambio a las instituciones educativas que, generalmente, no tienen. Las academias reciben más que crean. Las novedades intelectuales y teológicas suelen ser resultados, no causas, de transformaciones sociales, de las que ellas se hacen eco y a las que aportan el aparato técnico de la reflexión y análisis. Son los cambios sociales los que convienen analizar con seriedad, son ellos los que mueven, primero lenta e imperceptiblemente la historia, que después son conceptualizados por los intelectuales, los académicos y los especialistas.

Es decir, que las «novedades» teológicas, por más revolucionarias que parezcan al reducido círculo de los dedicados a ellas, son más productos que agentes de cambio, síntoma que una realidad social, de un cambio de mentalidad o actitudes, cuyas raíces hay que buscar en una serie de factores políticos y económicos que poco a poco van cambiando la sociedad de un modo irreversible. De repente parece que cambian las formas de ver la vida, de actuar y hasta de sentir. Los síntomas más manifiestos son las barreras generacionales, la extrañeza que una generación experimenta respecto a otra.

Por eso, y dicho desde el principio y sin rodeos, me parece irresponsa­ble y casi suicida señalar al «modernismo» teológico como la causa de la incredulidad y de la indiferencia religiosa. Seguir repitiéndolo con ciega insistencia por el espacio de un siglo sólo contribuye a empeorar las cosas. Es un caso semejante a aquellos que, desde otro bando, pontificaban que todos los males de la sociedad moderna, a saber, la secularización de la política, la negación del dogma, el rechazo de la autoridad, el terror provocado por la revolución francesa y al endiosamiento de la razón, se debía a la ruptura de la Iglesia producida por el rebelde Lutero en el siglo XVI. Temo mucho que, desgraciadamente, los hijos de la Re­forma han asumido y hecho suyo el mismo espíritu reaccionario que sus padres tuvieron que confrontar y refutar. Pero en este mundo mediocre y sin interés por comprender la realidad en su totalidad, siempre es más sencillo lamentarse y buscar «chivos expiatorios» que encarar la verdad con realismo, honestidad y rigor.

El debate que planteamos en este escrito no se trata de una mera cuestión de pura teoría, de bizantinismo académico, es algo mucho más serio y más grave, nos afecta «cristianamente», pues pone en cuestión nuestro sistema educativo, nuestra pastoral y nuestra misión en la sociedad actual.

Y lo primero que hay que averiguar no es quién se equivoca o se ha equivocado para cargarle la culpa de la miseria de nuestros días; la cuestión primera es una puesta en práctica de lo que aprendemos en ética evangélica aplicado al análisis de nuestro mundo, que Cristo viene primero que todo a salvar y no a condenar, y esto en todos los órdenes de la vida, la vida intelectual incluida. Recurrir al «modernismo» como un fácil expediente explicativo de todos nuestros males, no es sólo un acto de ignorancia, sino de culpable pereza intelectual, que se contenta con lo más fácil en lugar de perseguir lo mejor y más correcto. El error en la emisión de juicios causa daños a todas las partes, no soluciona nada, y, por si fuera poco, nos deja en una peor situación que la anterior, frustrados y enfrentados unos a otros, dando palos de ciego.

¿Qué se entiende por modernismo, o por liberalismo, o por como quiera llamarse cualquier intento de expresar la fe en un lenguaje diferente al tradicional? ¿Qué adelantamos con arrastrar un trauma de nuestros padres, cuya realidad que lo produjo ha dejado de existir? La tentación demoníaca consiste en atribuir a otros las causas de nuestros propios males, de evitar así el examen y reflexión sobre nosotros mismos y el juicio de Dios que nos interpela a preguntarnos sobre nuestros propios caminos, a abrir las ventanas para que entre la luz antes de fijarnos en la mota de polvo en el cristal ajeno.

Que las iglesias evangélicas euro­peas se encuentran en un estado de decadencia numérica nadie lo duda. Pero que la causa de esa desertización cristiana en nuestro continente se deba esencial y principalmente a los nuevos métodos interpretativos y analíticos de la llamada teología liberal es una cuestión abierta al debate. Debate sobre cuestiones académicas pero no académico. Sería una pérdida de tiempo imperdonable enredarnos aquí en frívolas cuestiones de erudición histórica y de hermenéutica. No se trata de eso, sino de algo mucho más práctico. Y más vital. Es una cuestión ineludible de enorme trascendencia para el presente y futuro de nuestras iglesias.

Me permito hacer una distinción previa entre evangélicos y «evangelicalismo», y protestantes y «protestantismo», ya que es entre los primeros que surge principalmente la polé­mica antimodernista. No sólo se ori­gina en ellos, sino que se mantiene a lo largo de los años con el mismo vigor con que se inició, pese al tremendo cambio de situación y signi­ficación de la escena mundial y ecle­sial. Por evangelicalismo quiero sig­nificar esa expresión del cristianismo que carga toda la fuerza de su acento en la experiencia de conversión o nuevo nacimiento, que acepta de buena fe en un credo simple y dogmático sacado de una interpretación litera­lista de la Biblia. Respecto al mundo exterior, manifiesta evi­dentes muestras de impaciencia hacia la cultura y todo lo que tiene que ver con la sociedad secular, sea política, economía o arte. Su génesis histórica la podríamos fijar en el siglo XVIII con los avivamientos de Whitefield y Wesley, aunque su ori­gen es la Reforma misma. Es una versión del cristianismo reducida a sus elementos más mínimos y simples. El protestantismo, por contra, parte también de la importancia de expe­riencia del nuevo naci­miento, por la que el cre­yente sabe por fe que Dios le perdona y le declara justo, pero en ningún modo re­chaza todo lo bueno, todo lo positivo, todo lo relevante que pueda aportar la cultura secular, la academia y las ciencias. No es anti-intelectualista, aun­que sí crítico de la cultura, por amor a la misma, y siempre en nombre de la verdad evangélica y en espíritu de amor y respeto.


Y el «liberalismo», ¿qué es el liberalismo? Bueno, simplificando bas­tante, el liberalismo teológico repre­senta ese movimiento, o estado de ánimo intelectual, que surge del en­contronazo con el nuevo tipo «ilustrado» de pensar que rechaza lo divino-sobrenatural y, en concreto, el recurso a la autoridad de la tradición —eclesial, bíblica, social— para diri­mir asuntos del conocimiento y que se acoge a la autonomía de la razón ilustrada por la filosofía y la ciencia modernas. Kant lo expresó con con­cisión: «Atrévete a hacer uso de la razón.» Éste es el lema y el pro­grama que marca un cambio revolu­cionario en el pensamiento y en la actitud occidental. Los hombres de la Ilustración recurren a la autori­dad última y definitiva de la razón para pasar revista crítica a las creen­cias recibidas mediante la autoridad bí­blica o eclesial y declaran nulas e in­servibles todas aquellas que no pue­dan pasar el riguroso examen de la razón. Los teólogos que responden al desafío de la Ilustración desde el interior de sus premisas lógicas y racionales son los teólogos liberales. Inglaterra amortiguará el impacto del nuevo pensamiento ilustrado gracias al avivamiento evangélico de Whitefield y los Wesleys, que trans­forma la sociedad en gran medida, y que comunica a la fe un celo irrefre­nable, cifrado en la formación de sociedades misioneras y la creación de sociedades filantrópicas de todo tipo. Este tipo de cristianismo se podrá permitir el lujo de ignorar durante un siglo el cambio revolucionario producido en la cultura por la filosofía ilus­trada, pese a que las ideas antitrinitarias y deístas se habían infiltrado en buen número de ministros pres­biterianos y anglicanos.


Alemania, por contra, después de su retraso cul­tural provocado por las guerras de religión, se levanta hacia la cumbre de la filosofía europea, con pensadores de primer rango como Kant, Fichte, Hegel, Herder. Kant había sido educado en un pietismo riguroso, pero no muy ineficaz. La teología, como estudio y repuesta humana a la auto-revelación divina, no pudo vivir de espaldas al tre­mendo y siempre nuevo desafío cultural y dio lugar a nuevas ver­siones de la fe de corte decidida­mente liberal; es decir, apartándose sensiblemente de la interpretación tradicional recibida en los Credos y Confesiones de fe de la Iglesia. Con el descubrimiento de ese nuevo mé­todo de entender la realidad, la Biblia y al hombre mismo, se co­metieron muchos excesos y provo­caron la reacción de muchos evan­gélicos que tendrán a Alemania por cuna del liberalismo y «apostasía» de la fe.

No hace mucho que Carl E. Braaten, uno de los teólogos luteranos más destacados en la escena estadounidense, se preguntaba por que colegas tan importantes como Jaroslav Pelikan, Robert Wilken, Jay Rochelle, Bruce Marshall, Reinhard Huetter y Mickey Mattox, abandonan el luteranismo para unirse a otras iglesias. Y señalaba una causa: “el atolladero que algunos han llamado el Protestantismo Liberal”. ¿Qué se entiende aquí por Protestantismo Liberal? Según Braaten es una “piedad vacía”. La iglesia convertida en una especie de club de clase media y personas mayores en un ambiente de incredulidad general y nulo testimonio. De ser así, el problema habría que buscarlo más en el “corazón” que en la cabeza, y afecta más a la práctica que a la teoría. ¿Por qué no hablar simple y llanamente de Escepticismo? Pues es de escepticismo y no de liberalismo de lo que se trata. Es el escepticismo el que se viste de liberalismo para justificarse a sí mismo, pero creo que son cosas bien distintas. Nuestros discursos siguen a nuestros hechos.

Sin embargo, el evangelicalismo no se para en distingos, para él todos son iguales; los que estudian con rigor y ciencia la Biblia, que los que niegan su autoridad; los que viven de una forma consecuente con su fe, que los son indiferentes a la misma. Enemigo de lo que ignora, culpa y rechaza a las academias y seminarios teológicos.

Es cierto que en las grandes tradiciones protestantes mu­chos vivien su fe de modo problemático. Se sienten perplejos, la fe senci­lla declina por todas partes, aumenta el ateísmo y la indiferencia. Por eso, los más tradicionalistas —o quizá más comprometidos— llaman a un decidido retorno a los funda­mentos, a los viejos y seguros cami­nos de antaño frente a las novedades apóstatas del modernismo. Los libe­rales se defienden acusando a su vez a los tradicionalistas de no haber sabido adaptarse a los nuevos tiem­pos.1 Si en lugar de haber reaccionado nega­tivamente, con condenas –la mayoría de las veces de parte de una minoría ruidosa- se hubiera continuado en la línea de la comprensión y el compromiso con la verdad del Evangelio según la Escritura, seguros de que su garantía última reside en Dios y no en la débil defensa humana se habrían evitado muchas rupturas y derroche de energías, que era necesario haber empleado en otros frentes. Muchos pastores y líderes cristianos de fines del siglo XIX y comienzos del XX «optaron» por la «solución modernis­ta» para detener el éxodo de los fieles hacia el mundo, que se venía produciendo desde hacía, por lo menos, un siglo; éxodo que ellos no habían provocado con sus prédicas «novedosas», sino que ya estaba ahí, dado por la nueva situación económica de la sociedad industrial, la que les provoca a ellos a intentar detener la hemorragia de fugas desde una perspectiva cristiana, pero relevante, acorde a la exigencia de los nuevos tiempos. En su versión más noble y original el liberalismo fue un intento de devolver a la fe su relevancia ética, espiritual y cultural, en medio de una sociedad que había llegado a creer que Dios no ofre­cía ninguna salvación digna de ser aceptada.2

Juzgada por su intención antes que por sus resultados, la teología liberal fue un esfuerzo tremendo, aunque errático, por ofrecer una respuesta a la Ilustración y a la cultura que ésta alumbró. No podemos entender la teología modernista sin ad­vertir que su interlocutor no era el miembro fiel y dócil de las iglesias; por lo general en los debates intervenían académicos descreídos y filósofos desligados de la fe. La Ilustra­ción marcó el final de la alianza entre el cristianismo y la inteligencia occiden­tal, aunque a efectos sociales y políticos la religión haya venido siendo privilegiada por los Estados hasta hace bien poco. Allí comenzó un nuevo clima de opiniones y sentimientos que poco a poco iban a ir ganando las clases populares. Los evan­gélicos tienen que darse cuenta de esta realidad si quieren emplear más y mejor sus facultades espirituales e intelectua­les. Podríamos hacer una crítica extensa y detallada de los fallos del liberalismo, de sus contradicciones y evidente falta de sentido religioso, pero lo que ahora nos interesa es tomar conciencia de nuestras propias faltas y, reconociéndo­las, emprender el camino de su en­mienda.

El fallo esencial del liberalismo, dicho no por sus detractores, fue la pérdida del sentido de lo sagrado, de la potencia divina, que aún sigue tarando mucho del pensamiento prote­stante. Mircea Eliade, refiere en su dia­rio cómo el protestantismo liberal pre­fiere «un simple hombre y una serie de hechos históricos.» Los teólogos protes­tantes se avergüenzan de Dios»,3 pero todo esto y las críticas y reflexio­nes que podríamos hacer al respecto, no quita el coraje y el valor que representa estudiar de nuevo la Escritura y repensar la propia comprensión de la misma a una luz diferente. La experiencia mo­derna ilustrada aportó datos irrefutables que no se podían inognorar. «Si son reales, lo que se impone es “verlos”, dejando que cuestionen nuestra concepción de Dios, para que la modifiquemos en lo que sea necesario. No se trata de modificar la fe en Dios, y mucho menos de modificar a Dios. Repitamos: Se trata sólo de modi­ficar nuestras ideas acerca de Dios, nuestra imagen de Dios. Igual que no se trataba de negar que la Biblia sea Palabra inspirada, portadora de revela­ción, sino de revisar nuestra concep­ción de lo que son la inspiración y la revelación.»4 «Resistirse sistemática­mente a toda crítica puede parecer celo por la gloria de Dios, pero, de ordina­rio, indica el narcisismo de quien no quiere renunciar a las propias concep­ciones y la inseguridad de quien no se atreve a abrirse al proceso inacabable de “dejar a Dios ser Dios”, exponién­dose a que, una detrás de otra, se le vayan rompiendo sus imágenes.»5

Hasta el día presente los resultados de la teología liberal y de la alta crítica se siguen aduciendo como causas di­rectas de la destrucción de la autori­dad bíblica como Palabra de Dios y del gran crimen perpetrado contra la Iglesia y el mundo.6 «El liberalismo no es cristianismo», decía J. G. Machen en los años veinte del siglo XX, es otra religión, es puro paganismo. Las Iglesias protes­tantes se dividen, se denigran los se­minarios de teología como aulas de impiedad e incredulidad. Se fundan colegios bíblicos con la intención de anular los manuales de teología moderna y poner en su lugar única y exclusivamente la Sagrada Escritura. Al futuro candidato al ministerio evan­gélico le bastará un conocimiento básico y con­servador de la Biblia, y, si es posible, con un gran acopio de citas de memoria. Otros, hasta abandonan los colegios bíblicos, como A.W. Pink, y se bastan a sí mismos con la sola Biblia y sus propias luces y recursos.

El evangelicalismo y su progenie han resultado ex­pertos en controversias y divisiones que, empezando con los liberales, conti­nuó con los propios compañeros de campaña antimoderna y ter­minó en una guerra de todos contra todos, buscando cada cual por su cuenta ser más fiel a los «fundamentos» del Evangelio que el resto. Es una ley universal, fatal: la sospecha y la suspi­cacia desplazan la confianza; materializan sus propios temores. Una escatología triunfalista da lugar a otra derrotista. En este ambiente, lo único que se espera es la inmediata Segunda Venida de Cristo como solu­ción infalible a tanta impiedad y apostasía. No se advierte que ese espíritu de polémica es culpable directo de la debilitación de la fe en medio de la sociedad. Según el Dr. Stewart Lawton, un observador de la Inglaterra de 1650 probablemente no hubiera concebido una alternativa via­ble al calvinismo como forma futura de la religión, hasta tal punto estaba arraigado el calvinismo en los púlpitos y en las universidades. Sin embargo, en menos de la mitad de un siglo, esa teología iba a desaparecer de la escena pública, junto a buen número de grupos y partidos. «Hubo muchos motivos para este notable giro de acontecimientos, pero uno de ellos fue sin lugar a duda que la gente se cansó de tantas controversias sobre temas como la predestinación.»7

Hoy la historia se repite y cuando el evangelicalismo parecía que iba a ga­narlo todo —en lo que se refiere a la escena norteamericana— lo pierde por discusiones bizantinas que no guardan relación con los intereses en juego en la sociedad moderna. Polémicas irritantes que neutralizan el pensamiento y suici­dan los mejores espíritus del evangeli­calismo, que se marchan o mueren aislados; a lo que hay que añadir los escándalos y la corrupción debida a tanto espíritu de superficialidad y ordinariez mental, espiritual y doctrinal.

La Inglaterra victoriana del siglo XIX reunía todas las condiciones para pre­senciar el triunfo evangélico en la na­ción. Las iglesias británicas, aún a principios de siglo XIX, vivían de las rentas de los avivamientos del siglo anterior. La manera evangé­lica de ser era una forma encomiable en la sociedad de la época. Las llamadas iglesias “no conformistas” (ajenas a lazos con el Estado y la Iglesia anglicana), crecían en número, en poder y en influencia, con colegios y academias de prestigio. Muchos políticos acudían puntualmente a los sermones dominicales de los grandes predicadores evangélicos. Pero, al final de la centuria, cuando se cierra el siglo y se entra en el XX, la mayoría de la población pasa de ser una de la más religiosa a la más indiferente. Es por esa época cuando la teología ale­mana y la alta crítica comienzan a intro­ducirse en los seminarios teológicos bri­tánicos, tanto estatales como indepen­dientes. Cunde la voz de alarma. Se buscan culpables. Se señalan las “nuevas ideas” venidas del continente. Charles H. Spurgeon, creyendo que el modernismo se había infiltrado en las iglesias de la Unión Bautista se sale de la misma. Es el período de la Downgrade, que anticipa las controversias que el evangelicalismo va a sostener contra el liberalismo, y se atribuye a Spurgeon un don profético, pues, aunque él se equivocó en este punto, y se quedó solo, sin de nadie, depresivo hasta su muerte prematura. Pero quienes le ensalzan como un héroe de la verdad conceden que, si bien es cierto que en sus días aún no se había introducido la «apostasía» en los seminarios, como él pensaba, ya estaban en germen las semillas que llevarían a la apostasía y que él supo ver con anticipación. Sin embargo, lo único cierto es que el gran predicador londinense se precipitó en su ruptura y sir­vió de justificación a muchos otros que vendrían tras él. Él puso la semilla de la discordia y de la sospecha y, si en rigor, esa semilla ya estaba ahí, él la plantó y le dio alas. Todavía hoy muchos se amparan en el precedente de Spurgeon para justificar sus divisiones. Mediante semejantes acciones el mundo evangélico iba a verse mermado y mi­nado por fisuras internas, incapaces de comprender que la atmósfera espiritual de los tiempos había cambiado y, por tanto, ineficaz a la hora de hacerle frente, de presentar una alternativa de existen­cia humana a la luz de la Palabra de Dios.

Pero esto era lo que los evangélicos se negaban a reconocer: la transformación política, económica y religiosa de la sociedad y, por tanto, la necesidad de repensar la fe en vistas a la nueva situación. Darwin, los movimientos so­cialistas, la idea del progreso, habían entrado en escena; como después lo ha­rían el psicoanálisis, el existencialismo y el secularismo ideológico. La Segunda Guerra mundial representa un giro decisivo en todos los órdenes de factores. Las Igle­sias protestantes de Europa sufrieron un revés del que desde entonces no se han recupe­rado. Algo había cambiado, y mucho. Acusar unilateralmente al liberalismo te­ológico es una falta de responsabilidad: Un pecado de idolatría que no quiere someter su «imagen» de Dios, cons­truida, según se cree, de materiales di­rectamente extraídos de la cantera bí­blica, a la «imagen» de Dios que proyecta la luz de la revelación de Dios.

Veamos algunos ejemplos tomados de la vida de las iglesias británicas para probar de un modo gráfico lo que aquí se mantiene.

En la pequeña y remota isla de Lewis, en las tierras altas de Escocia, renombrada como el punto más bendecido de Escocia en lo que se refiere a sano testimonio evangélico, todo parece marchar como siempre, desde que su nombre fuera aso­ciado al avivamiento del año 1828, cuando toda la isla fue despertada de su formalismo y superstición gracias a la predicación de Alexander Macleod. Tres denominaciones presbiterianas pro­veyeron con sus púlpitos la enseñanza religiosa en la más pura tradición refor­mada. Nada de liberalismo ni alta crítica en sus iglesias. De 1938-1939 tuvo lugar el último avivamiento del que se tiene noti­cia en Escocia. Pero Europa había entrado en gue­rra. Muchos jóvenes fueron llamados a filas. Jóvenes llenos de fe y entusiasmo, vírgenes tocante a coqueteos con el libe­ralismo o la ilustración. La vuelta a casa fue desoladora, no habían pasado por el «virus del modernismo académico», pero traían consigo el descreimiento y la frialdad religiosa. Dejaron de asistir a las iglesias, de creer en las enseñanzas de la Biblia. ¿Qué había ocurrido? «Muchos regre­saron con un vacío espiritual en sus vi­das, confundidos y desconcertados por lo que habían visto en Europa y en otras partes.»8 La guerra había alumbrado un nuevo mundo, un mundo de horror, soledad y desesperación. La deducción que sacará la teología posterior es que Dios murió en las trincheras europeas, en los campos de exterminio como Auschwitz, de tal modo que hoy tenemos una teología pre y post Auschwitz. Pero, incluso en este ejemplo, la teología fue a remolque de la sociedad. Se limitó a levantar acta de un hecho social: la perdida absoluta de la fe, del sentido de la vida y de la providencia divina en las trincheras, ante el fuego enemigo y los horrores de la guerra, guerra en la que saltaron por los aires las ideas de humanidad, progreso, religión, patria, solidaridad.

La notable Misión de Fe escocesa envió a sus hombres, «peregrinos», según se les conoce, a la isla de Lewis a predicar el Evangelio. Todo el mundo sabía que se trataba del viejo Evangelio, el Evangelio que les había reconfortado y ganado sus corazones en años anteriores, pero ahora muy pocos, si alguno, tenía interés en el mismo. Los intrépidos misioneros de fe, con la misma dedicación e idéntica fide­lidad doctrinal, se encuentran con las puertas cerradas allí donde antes se les abrían con generosidad y abundancia. No habían cambiado ellos, ni por efecto del liberalismo ni por la alta crítica: había cambiado la sociedad. «En la actualidad los peregrinos en Escocia e Inglaterra tienen que sembrar la semilla —si es que se les presta atención—, antes de que se pueda pensar en una cosecha”.9 Es evidente que el acercamiento a la gente desde el Evangelio tiene que circular por otros cauces.

Consideremos otro caso paradigmático. Me refiero a William Lax, ministro me­todista en Poplar, Londres, evangélico conservador, y que llegó a ser elegido alcalde de la ciudad. En defensa de la memoria de sus buenos años de for­mación teológica en un seminario de su denominación (1892), sale al frente de los que se sienten traumatizados por los «estragos» liberales, y les dirige estas palabras llenas de jovialidad: «Confórtese quienquiera que tema que la corrup­ción modernista ha afectado a nues­tros jóvenes predicadores. Los colegios son casas de evangelismo así como de estudio.»10

Al comenzar el siglo XX el metodismo inglés se encontraba en una especie de éxtasis espiritual: «Cristo triunfa. Res­piramos una atmósfera cargada de fer­vor. El celo y la devoción se encuen­tran en el punto máximo de acción, esperando el momento de extenderse por todas partes. Las conversiones es­tán al orden del día.» Un domingo sin conversiones era un fenómeno extraño. Los predicadores parecían estar fundi­dos con el Espíritu Santo en un mismo ser. Los llamamientos a nacer de nuevo eran irresistibles. Pero de repente, en cuestión de años, algo cambia. Las escenas de conversión ya no son tan frecuentes como antes. ¿Ha dejado el Espíritu de Dios de actuar en los corazones? se pregunta. ¿Ha sufrido la naturaleza humana una transformación tan radical? «Ciertamente —responde— algún cam­bio sutil pero tremendo ha tenido lugar en la actitud mental y la consideración del mundo por la Iglesia durante la última generación. Es tan general y tan completo que ninguna acusación gene­ral de apostasía puede colocarse en la puerta de la Iglesia. Porque nunca hubo más auténtica ansiedad que ahora entre los seguidores de Cristo de ver extendido el Reino de Dios; y cara al mundo hay una determinación cris­tiana más grande que antes.»11

Las iglesias fieles contemplan que la infi­delidad avanza pese a la reduplicación de sus esfuerzos y lo genuino de su celo. El problema aparte de estar den­tro, está fuera y se precisa una nueva estrategia para darle solución. William Lax apunta a un factor que siempre ha sido el talón de Aquiles del evangelica­lismo: su fragmentación, su falta de unidad y coordinación. Su disposición y prontitud a separarse de un grupo para fundar otro nuevo por cuestiones la mayoría de las veces triviales. Este es el pecado por excelencia del evangelicalismo. Haber elevado al nivel de obli­gación cristiana lo que es a todas luces un pecado grave denunciado en las Escrituras: el cisma, el espíritu divisionario, justificado como «deber de separación», sobre la base de unos textos bíblicos desconectados de su con­texto y en abierta oposición al tenor general de la Escritura. Es el resul­tado: es el caos y la corrupción de la fe, tanto moral como intelectual. Este es uno de los graves problemas que se escabullen tras la pantalla de celo por causa de Dios, en cuya denuncia del liberalismo y sus efectos negati­vos se cierra los ojos a la propia apostasía, a los males internos. «Quiero ver iglesias más eficaces en Gran Bretaña —escribe Lax—. Pero no hay duda de que las iglesias van a atravesar un tiempo difícil. Vivimos en una época de agnosticismo insidioso. Las cosas materiales y mundanas reclaman la atención de las masas. Comparado con hace cuarenta años, las iglesias han perdido terreno». El problema es que trabajamos aislados, no en oposición unos a otros, ciertamente, pero apenas si hay unidad entre nosotros; estamos demasiado ocupados con nuestros asuntos priva­dos. La mayoría de nuestros esfuerzos se desperdician. Necesitamos unirnos más, cerrar filas y avanzar hombro con hombro. ¿Qué no se puede llevar a cabo con un Evangelio como el que Cristo nos ha confiado? No nos equivoquemos. Inglaterra ne­cesita a Cristo más que nunca, aun­que no sea consciente de ello. El mundo entero necesita el Agua de Vida.12 El «evangelicalismo» hace aguas no por culpa del liberalismo o modernismo, sino por su propia in­capacidad de ofrecer respuestas a la cultura, a la sociedad moderna y también por la ausencia de hombres notables entre sus filas, de personas de fe, devoción y sabiduría que, desde la Escritura y la experiencia creyente, sepan responder las pre­guntas que realmente hay que responder.

La fe cristiana vivida a conciencia, con el corazón y la mente, nunca ha sido popular ni mayoritaria. Soren Kierkegaard decía que no se encuentra un caballero cristiano a la vuelta de cada esquina. No hay que engañarse respecto al pasado y una ver­sión más o menos romántica de la histo­ria de antaño y de los grandes avivamientos espirituales pasados. En el siglo XIX había mucha religión en Europa, pero ¿cuánto cristianismo auténtico? Las igle­sias se llenaban, pero ¿por qué causa? ¿Qué atraía a los congregantes? Según un contemporáneo se iba a los cultos para disfrutar de la elocuencia del predicador. «La mayoría de los predicadores popula­res no procuraban tanto convencer como discutir un tema de un modo maestro y elocuente y pasar un “buen tiempo”».13

El púlpito dominaba la vida social de la era victoriana y la gente comentaba en la barbería el sermón del domingo como hoy se pueda hacer respecto al fútbol o la política. Los predicadores eran antaño el equivalente de los modernos ídolos del cine, o del deporte, o de la política. Muchos iban a «paladear» un buen ser­món, de ahí la perniciosa costumbre de cambios frecuentes de membresía eclesial en búsqueda de un lugar cómodo y de iglesias que no eran centro de comunión y servicio responsable a la comunidad y desarrollo de los dones de Dios, sino centros de predicación con una mínima expresión de vida comunitaria y cutual. Versión antigua y precedente del consumidor moderno que alegremente pasa de un supermercado a otro por el gusto de la compra. Era de esperar que cuando el nuevo mundo de la comunicación y del espectáculo se introdujera en los hogares en virtud de la técnica, la fe de muchos se enfriara y desapareciera, porque nunca la hubo. Culpar al liberalismo teológico de semejante vacío es una tontería suprema. Siempre es más cómodo y menos com­prometido sentarse en casa delante de un aparato de radio o de una televisión y elegir entre los programas el mejor. Los con­servadores perdieron la batalla en sus propias iglesias, delante de sus narices. Otros, que tienen a sus iglesias por más dignas y más serias, en cuanto represen­tan una tradición teológica más elabo­rada y una liturgia responsable sin técni­cas de espectáculo, pasan por alto el daño producido por las controversias en torno a las proposiciones a creer y los supuestos errores a evitar, en lugar de cuidar la comunión personal de los cre­yentes en Cristo y el pleno desarrollo de sus dones espirituales y facultades natu­rales en el arte, la ciencia y la vida pública. Es fácil culpar a los demás de nuestras propias carencias y de nuestras faltas. Piensa el pobre que el rico lo es a su costa, pero no siempre es el caso.

Muchos liberales tuvieron al menos el coraje de salir a la calle y entrar en las universidades para encontrarse con el hombre del mundo,14 mientras que el evangelicalismo lamentaba las pérdi­das e intentaba detenerlas ensanchando aún más la sima que los alejaba del mundo de la cultura y producía más bajas todavía, cerrando fatalmente el círculo de la frustración y la impotencia. El resultado iba a ser catastrófico en todos los niveles. Dejada la cultura a su propia suerte, los hijos propios de la iglesia se iban a encontrar abandonados a su vez a su suerte, sin referencias ni puntos de apoyo en qué sostenerse, de naufragio en naufragio tan pronto entraban en contacto con el mundo moderno en las escuelas y universidades. Las iglesias creían que cerrando puertas y ventanas evitarían el veneno del liberalismo y del moder­nismo, y lo que hacían era asfixiar a sus mismos hijos y verse, por tanto, huérfano de ellos.

El evangelicalismo cayó en la trampa del sectarismo. Orgullosos de su sana doctrina, inmaculada y virgen antes, en y después de su parto dogmático, lo único que quedaba era consolarse de que «entre los pequeños grupos religiosos podemos en­contrar un puerto seguro para el evange­licalismo».15 Semejante manera de interpretar la historia de la Iglesia cede a la tentación derrotista que ve mermada en su minoría sus prejuicios escatológi­cos sobre la inmediatez del fin del mundo como respuesta divina a la apos­tasía general de la Iglesia. Mientras tanto estas iglesias último refugio y bas­tión de la ortodoxia, se desgarran inter­namente por cuestiones mínimas y asun­tos secundarios. Incapaces de ofrecer una nueva interpretación de la doctrina, quizá por miedo a caer bajo sospecha de herejía se enredan en cuestiones domés­ticas que debilitan aún más la conciencia y el número del «remanente». De modo que se sana el cuerpo al costo de su vida, muy en sintonía con aquellos médicos sangradores de antaño. Si fuera cierta la leyenda que asegura que los liberales vaciaron las iglesias lo contrario también tendría que ser cierto, a saber, que los conservadores las llena­ron. Pero la triste realidad es que las iglesias más estrictas en su doctrina y política eclesial, como los Strict Baptist (Bautistas Estrictos), fueron los que mas pérdidas experimentaron en el periodo de entreguerras (1918-1945). La vuelta a la «ortodoxia» de muchos púlpitos, de nin­gún modo supuso la vuelta de la feligre­sía, porque no era una cuestión de orto­doxia versus heterodoxia, sino de algo mucho más profundo y difícil: un cambio de mentalidad propiciado por los nuevos medios de producción, por la revolución industrial, el acceso de las masas al consumo, el avance de las ciencias en todos los campos.

Ese tipo de iglesias –refugio y puerto de la sana doctrina– comenzó a desarrollar una hostilidad abierta contra el estudio académico y a la misma labor teológica a la que se hacía culpable de todos los males. La oposición a la teología, ya en general y sin discriminar, llevó irreme­diablemente a la imperdonable supre­sión de ministros y pastores competentes al frente de las comunidades, lo que incidía negativamente en el crecimiento de las mismas. En las Iglesias Bautistas Estrictas, reducto y bastión de la «ortodoxia» calvinista, se produjo un vacío pastoral rellenado por predicadores itinerantes, que sólo como medida de emergencia podía justificarse, con la consiguiente paralización de toda la vida cristiana, ya en el orden espiritual ya en el intelectual. «La ausencia de liderazgo pastoral se debe contar entre las mayores deficiencias de la época. Algunas veces diáconos obstinados, a menudo el único miembro masculino, asumía un liderazgo dictatorial... cuya ambición era aferrarse a su posición y autoridad contra el llamamiento a un pastor».16 La casa hacía goteras por todas partes. Pero en lugar de ponerse a repararlas debidamente se permitía la indulgencia de acusar ciegamente a los seminarios teológicos de ser focos infectados por el liberalismo. «El resultado fue que, durante varias generaciones, las iglesias buscaron pastores mala­mente formados.» Muchas congrega­ciones dejaron de existir.17

Sobra decir que el paroxismo antili­beral, o antí lo que sea, desvía la atención de la realidad y produce un mecanismo de autodefensa costoso e inservible por cuanto el enemigo está dentro y no fuera de casa. No olvidemos la advertencia de la Escritura que dice: «Es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios» (1 Pedro 4:17).

No se puede ni se debe usar el liberalismo, o cualquier otra etiqueta, como un arma arrojadiza para eliminar lo que disgusta o no se entiende. No es prudente, ni es critiano.

En busca del Reino

A lo largo de la historia de los conflictos militares siempre se ha presentado un obstáculo que los combatientes no han podido superar: la oscuridad. Por más encarnizados que hayan sido los combates durante el día, con la caída de la noche los beligerantes no encuentran otra alternativa que cesar sus acciones. Nadie puede combatir contra un enemigo invisible.

Tristemente, sin embargo, los avances tecnológicos de las últimas décadas han permitido descubrir la forma de resolver esta dificultad. Los binoculares de visión nocturna, los cuales captan espectros de luz infrarroja que no pueden ser percibidos por el ojo humano, permiten ver a otro ser vivo aun en una noche completamente cerrada. Lo que, hasta el momento, permanecía invisible, ahora se puede ver.¡Nuestro buen Padre celestial está más interesado que nosotros en dar a conocer el Reino a sus hijos! La analogía resulta útil para entender el concepto del Reino, uno de los temas que más abordó Jesús en su ministerio. Los discípulos experimentaban la misma dificultad que nosotros frente a la enseñanza sobre el Reino. Pensaban que el Maestro se refería a un lugar geográfico, a un sistema político similar al de los reinos de este mundo. Cuando llegó a Jerusalén, «ellos pensaban que el reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro» (Lc 19.11). Aun cuando la partida de Cristo era inminente, ellos seguían aferrados a la misma idea: «¿Restaurarás en este tiempo el reino a Israel?» —le preguntaron (Hch 1.6).

No obstante su insistencia, Jesús claramente les había enseñado que se trataba de una realidad enteramente diferente a lo conocido. «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí» (Jn 18.36). Ante el pedido de los fariseos de que les indicara el tiempo de la llegada del Reino, él declaró, categóricamente: «el reino de Dios no viene con señales visibles» (Lc 17.20).

A pesar de esta característica, Jesús entrega, como resumen de sus enseñanzas sobre el Reino, una exhortación que no podemos ignorar: «Busquen primero el reino de Dios y su justicia» (Mt 6.33). Cabe, entonces, la pregunta: ¿Si el Reino no puede ser visto, cómo hemos de conocerlo?

La única forma en que podemos resolver este dilema es si entendemos que las referencias al reino de los cielos son referencias a una realidad espiritual. De hecho, el apóstol Pablo señala que «el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro 14.17), que «no consiste en palabras, sino en poder» (1Co 4.7). «Lo que se corrompe no puede heredar lo incorruptible» (1Co 15.50)

La diferencia esencial entre los reinos de este mundo y el reino de Dios es probablemente lo que motivó a Jesús a convertirlo en uno de los temas centrales de su enseñanza. La palabra «reino» se usa 156 veces en el Nuevo Testamento, pero casi 80% de esas referencias provienen de la enseñanza de Cristo. Mediante el uso de sencillas historias de la vida cotidiana buscó la forma de tornar visible la realidad de un gobierno invisible para la mayoría de las personas. El Reino se refiere a algo mucho más grande que el conjunto de seguidores que han sujetado su vida al señorío de Cristo. ¿Qué verdades necesitamos saber nosotros para poder ver el Reino?

En primer lugar, debemos tener siempre presente que el Reino viene a nosotros como un regalo: «No temas, rebaño pequeño, porque vuestro Padre ha decidido daros el reino» (Lc 12.32). Lo escondido del Reino permanece escondido solamente para aquellos que no forman parte de él. «A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del reino de Dios, pero a los demás les hablo en parábolas, para que VIENDO, NO VEAN; Y OYENDO, NO ENTIENDAN» (Lc 8.10).

También resulta útil tener presente una advertencia. La religiosidad (es decir, el ejercicio de la vida espiritual divorciada de una relación de amor con Dios) tiende a robarnos la sensibilidad para ver el Reino. «¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque cerráis el reino de los cielos delante de los hombres, pues ni vosotros entráis, ni dejáis entrar a los que están entrando» (Mt 23.13).

No es necesario que nos dirijamos a un lugar, ni tampoco que estemos en una actividad particular para ver el Reino, «porque he aquí, el reino de Dios entre vosotros está» (Lc 17.21). El reino de Dios se manifiesta de muchas maneras diferentes alrededor de nosotros, incluyendo el cuidado del Padre por las aves del cielo y los lirios del campo. El Reino se refiere a algo mucho más grande que el conjunto de seguidores que han sujetado su vida al señorío de Cristo.

Claramente no son los sofisticados, ni los eruditos, ni los que gozan de un privilegiado intelecto los que podrán percibir el Reino. Más bien, «los recaudadores de impuestos y las rameras entran en el reino de Dios antes» que ellos (Mt 21.31). Los «pobres y los niños» son los privilegiados a la hora de percibir la mano de Dios alrededor de nosotros, porque son poseedores de una sencillez que les otorga una visión sin igual. El llamado a buscar primeramente el Reino es, ante todo, un llamado a devolverle a la vida esa inocente perspectiva que tan escurridiza le resulta al hombre caído.Christopher Shaw

El abuso espiritual

Algunas congregaciones se manejan con estilos de liderazgo abusivos. El liderazgo es abusivo cuando maltrata a las personas que llegan a la iglesia en busca de ayuda, consuelo o sanidad. El resultado es que estas mismas personas, en lugar de experimentar el crecimiento espiritual que procuran acaban atrapadas en un sistema que los hiere, humilla o utiliza. El problema es que la forma en que se perpetra este abuso es, muchas veces, muy sutil, de manera que se hace difícil detectarlo, pues maneja con astucia la culpa y el temor con que viven muchas personas.Mientras que los escribas y los fariseos fingían tener autoridad, basados en su posición, Jesús en verdad la poseía, y, sin necesidad de imponerla, las personas la reconocían en él. No obstante, existen ciertas características comunes a todos los sistemas espirituales abusivos. En este artículo, identificaremos y trataremos cuatro de ellas. Nos enfocaremos en las dinámicas poco saludables que establecen las relaciones entre las personas dentro de los sistemas de abuso espiritual.

1. La postura del poder

La primer característica de un sistema religioso abusivo es lo que nosotros llamamos «postura de poder». Es decir, en este modelo los líderes utilizan toda su energía para mostrar la autoridad que no tienen, exigiendo a los demás a que se sometan a ella. Sienten la necesidad de imponerse porque su autoridad espiritual no es real, ni se basa en un legítimo carácter piadoso, sino en una posición de poder.

Mateo incluye en el capítulo 7 de su evangelio el comentario que las multitudes hacían sobre el ministerio de Jesús: «Cuando Jesús terminó estas palabras, las multitudes se admiraban de su enseñanza; porque les enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como sus escribas». (v. 28–29). Mientras que los escribas y los fariseos fingían tener autoridad, basados en su posición, Jesús en verdad la poseía, y, sin necesidad de imponerla, las personas la reconocían en él. En su libro Taking Our Cities for God (Ganando nuestras ciudades para Dios), John Dawson señala sabiamente: «El que da la mayor esperanza es el que más autoridad tiene». Jesús nos dio la mayor esperanza de todas.

Aquellos que desarrollan un legítimo liderazgo demuestran autoridad, poder espiritual y credibilidad a través de sus propias vidas y del mensaje que proclaman. Podemos ver la autoridad espiritual en el hombre o mujer cuya vida muestra que ¡Dios y su Palabra son reales, y que encuentra esperanza en el Señor!

Pablo advierte a los romanos: «Porque no hay autoridad sino de Dios» (13.1). Jesús declara: «Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra». (Mt 18.28) y Mateo relata que «llamando a sus doce discípulos, Jesús les dio poder» (10.1). Ser elegido para ocupar un cargo, hablar a los gritos, o dar ofrendas mayores que los demás no nos da autoridad. Es Dios quien la da, y la otorga con el propósito de penetrar hasta lo más íntimo de las personas. Su intención es fortalecerlas, servirlas, equiparlas y liberarlas para que así puedan cumplir Su voluntad, que puede o no coincidir con el plan de los líderes.

El deseo de los líderes abusivos por dominar a las personas es una clara señal de que siguen su propia voluntad y no la de Dios.

2. La obsesión por el rendimiento

En los sistemas de abuso espiritual, el poder se impone y la autoridad se legisla. Es por ello, que estos sistemas se obsesionan por el rendimiento de sus miembros. La obediencia y la sumisión son dos palabras importantes para el mantenimiento del sistema.

Aquí vemos un extracto de un boletín de una iglesia, que contiene este mensaje personal del pastor:Una iglesia que se guía por el rendimiento consigue que las personas se acomoden a lo que dictan sus líderes, pero no las transforma, sino que las conforma. Caídos de la gracia

El domingo pasado, bajamos nuestro récord de 200 personas por primera vez en 13 semanas. Nuestra marca de asistencia de 200 personas se detuvo en la semana 13. Ha ocurrido, ¡hemos caído de la gracia!... Me gustaría ver que todos nos juntemos para adorar los próximos cuatro domingos y que ayudemos a que el año termine con una explosión. Podemos lograr que este sea verdaderamente nuestro año en la iglesia. Hemos tenido una gran asistencia, una excelente ofrenda, y mucha participación en todos nuestros programas. Debemos crear un marco para esta nueva década para poder «llenarnos de gracia» nuevamente.

En primer lugar, ¿cómo obtuvieron la gracia de Dios estas personas? ¿Asistiendo a la iglesia? ¿Alcanzando a más de 200 asistentes? ¿Por qué perdieron la gracia? ¿Por perder la marca de 200 asistentes? ¡Qué visión tan tergiversada de la gracia! Este pastor, ¿busca que los miembros se «llenen de gracia» o que se desempeñen? ¿Vamos a la iglesia para ser motivados en nuestra confianza hacia Jesús o para que nos presionen a esforzarnos?

Es muy probable que este pastor evangélico equipare la asistencia a la iglesia con la obediencia a Cristo. Pero Dios nos enseña que él mira primero el corazón; a Dios no le interesa que hagamos las cosas bien por las razones equivocadas. Así es, la obediencia a Dios no es negociable. Aún así, la manera de darse cuenta de que alguien obra bien por motivos equivocados es cuando lleva la cuenta de lo que hace. ¿Por qué llevaría alguien la cuenta de su comportamiento «piadoso» si no es porque está intentando ganar puntos espirituales con su actitud?

Obediencia enfermiza

Considere el triste ejemplo de una iglesia que comenzó con un ministerio que brindaba un servicio valioso a la comunidad. Los que servían en ese ministerio debían rendir cuentas a los dirigentes de sus actividades diarias minuto por minuto. Los dirigentes evaluaban si habían utilizado el tiempo sabiamente, «de la manera que Dios quiere que lo usemos». A muchos los confrontaban por no leer la Biblia el tiempo «suficiente» que los líderes habían señalado. Cuestionaban a los que usaban quince minutos para ducharse en vez de diez. Este sistema no fomenta la obediencia a Dios, sino a su errada interpretación de espiritualidad.

¿Son importantes la obediencia y la sumisión? Sin duda. Así lo reconocía Pablo: «Sométase toda persona a las autoridades que gobiernan» (Ro 13.1). Y Pedro también exhortaba a someterse: «vosotros los más jóvenes, estad sujetos a los mayores» (1Pe 5.5). El autor de Hebreos también indica rotundamente: «Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos» (He 13.17). Sin embargo, para lograr un equilibrio, debemos sumar a estos versículos un pasaje con importancia paralela. Consideremos las palabras de Pedro y de los otros apóstoles ante el concilio: «Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres» (13.17). Fuera de contexto, la obediencia a los líderes se ve como una práctica de sana teología. Si agregamos el contexto, veremos que sólo es apropiado obedecer y someternos al liderazgo cuando la autoridad que ejerce procede de Dios.

Son muchos los motivos por los que los seguidores obedecen a sus líderes sin cuestionar nada: por evitar vergüenza, por obtener aprobación de alguien o por mantener intactos su estatus espiritual o su posición en la iglesia. Esta no es una obediencia legítima; es puro egoísmo. Si no viene de un corazón que ama a Dios, no puede ser obediencia.

Pablo exhorta a los romanos: «No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento» (12.2). Conformarse significa «acomodarse a lo que dicen los demás». Una iglesia que se guía por el rendimiento consigue que las personas se acomoden a lo que dictan sus líderes, pero no las transforma, sino que las conforma. La transformación, no obstante, es un trabajo desde lo más íntimo; no procede de afuera hacia adentro.

3. Reglas implícitas

En los sistemas de abuso espiritual se controla la vida de las personas por reglas explícitas e implícitas. Las reglas implícitas son las que no se expresan en voz alta, que gobiernan a las iglesias o familias poco saludables. Como no se expresan en voz alta no nos damos cuenta de que están allí hasta que las rompemos.

Este tipo de reglas permanecen implícitas, ya que si las examináramos a la luz de un diálogo adulto nos mostrarían instantáneamente cuán ilógicas, insalubres y anticristianas son. Es por eso que el silencio se convierte en la pared de protección, pues resguarda la posición de poder del líder de cualquier cuestionamiento.

Si alguien entra en desacuerdo abierta o públicamente, rompería el silencio, y posiblemente sería castigado. Sin querer, descubriría que existe una regla. Cuando alguien se encuentra con reglas implícitas por quebrarlas sin intención, podemos llegar a sufrir cualquiera de estas dos consecuencias: abandono (que lo ignoren, lo pasen por alto o lo rechacen) o bien legalismo agresivo (será cuestionado, censurado abiertamente, le pedirán que abandone la iglesia, o en casos extremos, lo maldecirán).

Las reglas implícitas tienen un poder increíble. Existe abuso espiritual cuando la autoridad del líder está por encima de las Escrituras.

La regla «no puedes hablar»

Esta es la regla implícita más poderosa de todas en los sistemas abusivos. Se debe al siguiente pensamiento: «No se puede exponer el verdadero problema porque esto significaría tener que abordar el tema y las cosas cambiarían. Si usted saca a luz el problema, usted se vuelve el problema. De algún modo es necesario eliminar o silenciar a la persona que quiere hablar». A aquellos que sacan a luz los problemas se les acusa de inmaduros, de no mostrar un carácter cristiano.

En los sistemas de abuso espiritual existe una «paz fingida», la misma que denunciaba Jeremías cuando decía: «Los profetas dicen “paz, paz”, cuando en realidad no existe tal». Si simulamos estar de acuerdo, cuando en realidad no lo estamos, lo que logramos es una paz y unidad fingidas con un trasfondo de tensiones y murmuración. Esto dista mucho de «preservar la unidad y la paz en el Espíritu Santo» que debería ser el sello de las iglesias cristianas sanas. Es decir, debería poder hablarse cualquier tema, y en algunos puntos estar de acuerdo o en desacuerdo y sin embargo poder seguir discutiendo el tema libremente, si las dos partes están de acuerdo. O de lo contrario decidir suspender la charla por algún tiempo si es que trae algún tipo de tensión.Aunque a algunos que están en la posición de autoridad les encantaría que nunca los cuestionaran o se opusieran a ellos, ese tipo de sistema es una trampa y la perdición para cualquier líder. Lo que es importante aquí es que las dos partes sean las que estén involucradas en llegar al acuerdo. Si lo que realmente nos une es el Espíritu Santo y el amor que nos tenemos el uno al otro, entonces es posible estar en desacuerdo sin destruir nuestra unidad.

Tristemente, muchos sufren de abuso espiritual cuando se les cataloga de «rebeldes», «muy enérgicos», «desleales», por exponer a los líderes abusivos, o incluso por cuestionarlos. Demasiadas iglesias comunican este tipo de mensajes vergonzosos: «El problema no es que se hayan cruzado y violado los límites, el problema es que hayas hablado. Si no hubieras hecho tanto problema por este asunto todo estaría bien». Si la persona acepta ese mensaje, entonces dejará de hablar.

Sin embargo, el verdadero problema es que si un cristiano que se siente violado deja de hablar, entonces el abusador nunca será considerado como el responsable de ese comportamiento. La víctima será obligada a «congelar» el dolor y enojo que siente por ser abusado espiritualmente.

Aunque a algunos que están en la posición de autoridad les encantaría que nunca los cuestionaran o se opusieran a ellos, ese tipo de sistema es una trampa y la perdición para cualquier líder.

4. Falta de equilibrio

Un sistema de abuso espiritual se caracteriza por su enfoque desequilibrado de cómo vivir la fe cristiana. Se observa en dos extremos:

El objetivismo extremo

Este enfoque eleva la verdad objetiva dejando a un lado la experiencia subjetiva válida.

La autoridad se basa solamente en el nivel académico e intelectual, en vez de fundarse en la intimidad con Dios, obediencia y sensibilidad al Espíritu Santo. Todo lo que no se puede explicar racionalmente lo tienen por sospechoso. Este tipo de sistemas se oponen a las Escrituras y a la obra del Espíritu de Dios. Consideremos los inicios de la iglesia «[los sumos sacerdotes] al ver la confianza de Pedro y de Juan, y dándose cuenta de que eran hombres sin letras y sin preparación, se maravillaban, y reconocían que ellos habían estado con Jesús» (Hch 4.13). La confianza y autoridad que mostraban Pedro y Juan se debían a que habían andado con Jesús y que estaban «llenos del Espíritu Santo» (Hch 4.8). El sistema espiritual objetivo limita a Dios a actuar sólo de aquellas formas que podemos explicar, probar o experimentar. Encajona a Dios.

Subjetivismo extremo

Con este enfoque se decide lo que es verdadero basándose en los sentimientos y las experiencias, y se les da más importancia que a lo que la Biblia declara. En este sistema, las personas no pueden saber o entender la verdad (aún si realmente la entienden y conocen) hasta que el líder «reciba una revelación espiritual de parte del Señor». En esta clase de sistemas, resulta más importante actuar de acuerdo a la palabra que ha recibido el líder para usted, que actuar de acuerdo a lo que usted sabe que es verdadero según las Escrituras.

Una palabra directiva, de guía o correctiva del Señor, ya sea de la Escritura o en la forma de don espiritual, será confirmada por el Espíritu Santo que vive en usted. Hasta que la confirme no la reciba como una palabra del Señor, aún si proviene de un pastor o un anciano de la iglesia. Más aún, creemos que es deshonesto y hasta peligroso, simplemente recibir y actuar basados en una directiva espiritual porque «se supone que debemos ser sumisos», o porque alguien es «la autoridad».

Los cristianos demasiado subjetivos con frecuencia consideran a la educación como mala o innecesaria. Afirman que todo lo que necesitamos lo enseña el Espíritu Santo. («Después de todo, ni Pedro ni Timoteo fueron a la universidad o al seminario…»). Lo cierto es que Pedro sí fue al seminario. Jesús le enseñó tanto la verdad objetiva como la experiencia subjetiva. El seminario de Timoteo fue Pablo. Esto se debe a que en esa época se enseñaba con el método rabínico de enseñanza. Es decir, vivir y experimentar la vida con un mentor espiritual. El discipulado de Pedro duró tres años. Aún después de que Timoteo empezara su ministerio, continuó «el seminario» a través de las cartas. Tenga cuidado con aquellas personas que le dan importancia espiritual al hecho de carecer de formación académica, o que creen que solo deben recibir su formación académica en instituciones específicas.por David Johnson y Jeff VanVonderen

Benny Hinn habla de su divorcio





Esta semana Benny Hinn se ha manifestado en relación a la demanda de divorcio interpuesta por su esposa.

Quizás fue la sugerencia de J. Lee Grady de la Revista Charisma en la que señalaba que Hinn debía de ser más abierto sobre este tema, el evangelista rompió el silencio.

Según señala Mundo Cristiano, Benny Hinn envió un comunicado de tres páginas a sus socios ministeriales explicando que su esposa Suzanne no tiene ‘bases bíblicas para divorciarse’.

Hinn dijo que su mujer estaba bajo una gran presión pero ni él ni sus hijos "nunca hubiesemos esperado que esto iba a pasar".

En su comunicado expresa: “también deseo que ustedes, mi queridos socios, sepan que no hubo absolutamente ninguna inmoralidad involucrada en mi vida o en la de Suzanne, nunca”, dice Hinn a sus socios en el comunicado. “Ambos mantuvimos nuestras vidas limpias y estuvimos totalmente dedicados uno al otro durante 30 años de matrimonio”.

Suzanne Hinn presentó los documentos del divorcio en una corte del condado de Orange, California el 1° de Febrero citando diferencias irreconciliables. Los documentos mencionaban que ambos se habían separado desde el 26 de Enero. Hinn insistió que la acción de su esposa era un completo impacto para la familia.

“Suzanne nunca dio a la familia ni una indirecta de que esto estaba en su mente”, dijo. “Aún hasta este momento, los chicos y yo no sabemos por qué lo hizo”.

El evangelista sigue pidiendo a sus seguidores que oren por la sanidad de su familia. El dice que ningún divorcio lo detendrá de cumplir su llamado al ministerio.

“Quiero que ustedes, como mis socios en este ministerio, sepan que continuaré predicando el Evangelio y orando por los enfermos como lo he hecho durante 36 años. No permitiré que nada me detenga”, dijo.

domingo, 6 de septiembre de 2009

La Ofrenda

La Ofrenda
Es Mandamiento. 1 Cor. 16:1,2 "En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que or­dené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas".
La palabra "guardándolo" significa "atesorándolo". Esta palabra autoriza la tesorería de la iglesia. Cada iglesia debe recolectar dinero cada domingo; no debe haber colectas especiales ("para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas"). Es el único texto que explica cómo la iglesia junta dinero. Pero este dinero recolectado cada domingo se em­plea para toda obra de la iglesia. Por ejemplo, de estos fondos la iglesia de Fili­pos envió ayuda a Pablo (Filipenses 4:15,16). Pablo recibió salario de iglesias (2 Cor. 11:8). Pero la Biblia no habla de ofrenda en otro día; por lo tanto, sabemos por inferencia necesaria que la única ofrenda es la del primer día de la semana, y el dinero se usa para toda función bíblica de la congregación.
¿El Diezmo? Cristo no impone el diezmar sobre la iglesia. Los judíos pagaron el diezmo para sostener a los levi­tas (Núm. 18:21). El diezmo corresponde a los impuestos que pagamos al gobierno, porque en el judaísmo el gobierno civil era parte integral de la religión. Los levitas eran sacerdotes, maestros, jueces, ma­gistrados, cantores, porteros, etc.; ellos sirvieron en muchas capacidades reli­giosas y civiles.
Bajo la ley de Moisés la gente ofren­daba. Hay muchos textos en el Antiguo Testamento que hablan de varias clases de ofrendas, y eran voluntarias como las que hacemos nosotros.
Aunque la ley de Cristo no requiere un porcentaje fijo que debiéramos ofrendar, es importante recordar que todo cristiano sí ofrenda algún porcentaje de su sueldo o ganancia (10% ó 20% ó 5% ó 100%). Pero la Biblia no especifica cuánto, sólo que seamos generosos. Es importante que el cristiano considere bien cuánto da al Señor. ¿Sembramos escasa­mente o generosamente?
¿Cuánto Pues? Hay hermanos sin­ceros que preguntan con toda sinceridad "¿Cuánto debo ofrendar, pues?" Tenemos que responder con textos bíblicos, sin imponer opiniones humanas. Los sectarios exigen el diezmo y más, pero éstos van más allá de lo que está escrito.
"Según Haya Prosperado" (1 Cor. 16:2). Aquí está la ley de Dios: que cada cristiano haga su ofrenda "según haya prosperado". No quiere decir "según lo que le haya sobrado" después de comprar comida y ropa, y después de pagar deudas, etc. Significa lo que hayamos recibido de sueldo o como ganancia de nuestro nego­cio. Debemos dar según Dios nos haya prosperado, y no según lo que nos haya quedado después de todos los gastos.
"Conforme A Lo Que Tengáis" (2 Cor. 8:11). Dice Pablo "si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene". Hech. 11:29 dice, "los dis­cípulos, cada uno conforme a lo que tenía, determinaron enviar socorro a los her­manos que habitaban en Judea". Pero Dios alaba a los que dan más allá de sus fuerzas: Mar. 12:41-44, la viuda que "echó más que todos" porque "de su pobreza echó todo lo que tenía"; Jn. 12:3 María ungió a Jesús con un perfume que valía el salario de casi un año entero (Mar. 14:5, el denario era el
salario de un día de tra­bajo); Hech. 4:34,35 "todos los que poseían heredades casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad". 2 Cor. 8:4 "han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus fuerzas".
Dar Como Propuso. Otro pen­samiento clave para que la ofrenda sea aceptable a Dios es que "cada uno dé como propuso en su corazón" (2 Cor. 9:7); es decir, decidir en su corazón qué canti­dad o qué porcentaje de lo que reciba dará al Señor. Una causa principal de la falta de ofrendar de muchos hermanos es que ellos simplemente no proponen dar. Van al culto sin
haber propuesto dar según Dios les haya prosperado, y dan cualquier cosa que hallen en su bolsa o bolsillo. La palabra "proponer" significa "tener intención de hacer alguna cosa". Si algún hermano llega al culto sin "tener intención" de antemano de ofrendar correctamente, desde luego no lo hará. Desde el día en que se recibe el sueldo (o la ganancia de la cosecha, de la empresa del negocio que sea) uno debe proponer ofrendar con mucha grati­tud al Señor.
El proponer con respecto a ofrendar es como el proponer de pagar el alquiler de una casa, o de hacer los pagos men­suales de alguna compra. Es cuestión de hacer las cosas decentemente y con orden, y de ser cumplidos, siempre dando primer lugar al Señor.
Escasamente, Generosamente. "El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosa­mente, generosamente también segará" (2
Cor. 9:6). El sembrador siembra ge­nerosamente, porque quiere cosecha abundante.
Pero muchos hermanos no aprenden esta lección con respecto a la ofrenda. Para muchos la ofrenda es una limosna, una propina, el billete o la mo­neda que por casualidad tenga en su poder en el momento de recolectar la ofrenda, que ni se echará de menos cuando se da. Hay iglesias grandes que dan ofrendas bien raquíticas, simplemente porque no han sido enseñadas a ofrendar bíblicamente. Convencemos a los secta­rios del error del diezmo, y se bautizan en la iglesia de Cristo creyendo que la ofrenda no es importante, que en cuanto a lo monetario no les cuesta nada ser cris­tianos.
La Gracia De Ofrendar
En 2 Cor. 8:1,7 Pablo habla de la "gracia" de ofrendar. Dice que es un gran "privilegio" (v. 4). Los hermanos macedo­nios eran muy pobres y afligidos ("en grande prueba de tribulación...su pro­funda pobreza") pero no querían ser ex­cluidos de esta bendición. Los hermanos pobres no deben ser excluidos de la par­ticipación en los demás actos de culto: los
himnos, las oraciones, el estudio, la cena. Tampoco deben ser excluidos del privilegio de ofrendar. Es una gran bendi­ción de Dios ofrendar. Dios nos permite depositar el dinero en el banco del cielo (Mat. 6:19,20). Los que pueden ofrendar y no quieren hacerlo se roban a sí mismos.
Dios proveerá y multiplicará. "Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra se­mentera, y aumentará los frutos de vues­tra justicia" (2 Cor. 9:10). Dios no es po­bre; él no pide ofrenda por ser pobre y necesitado. El pide ofrenda porque nos quiere bendecir a nosotros. No estamos llenando la canasta de Dios, sino él está llenando la canasta nuestra. "Porque mía es toda bestia del bosque, y los millares de animales en los collados...Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; porque mío es el mundo y su
plenitud" (Sal. 50:10,12); "Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos" (1 Crón. 29:14).
El profeta Eliseo dijo a la viuda pobre que mandara traer muchas vasijas vacías, porque Dios iba a llenarlas para que ella pudiera pagar a sus acreedores y salvar a su hijos. De su vasija de aceite ella siguió echando hasta llenar todas las vasijas prestadas. Ella misma puso límite a la provisión de Dios; él siguió derramando bendición sobre ella; Eliseo dijo,
"Tráeme aún otras vasijas". Dijo el hijo, "No hay más vasijas. Entonces cesó el aceite". Así nosotros ponemos límites sobre las bendi­ciones de Dios; nos robamos solos por no haber aprendido la gracia de ofrendar.
Sacrificar con gozo. Pablo habla de "la abundancia de su gozo" (2 Cor. 8:2). Los macedonios eran dadores alegres (2 Cor. 9:7, "porque Dios ama al dado alegre"). Si no podemos dar con gozo, nuestra ofrenda no se acepta: "no por tristeza, ni por necesidad" (2 Cor. 9:7). El pueblo de Israel hizo una gran ofrenda para el servi­cio de la casa de Dios "Y se alegró el pueblo por haber contribuido voluntaria­mente; porque de todo corazón ofrecieron a Jehová voluntariamente" (1 Crón. 29:7-9). También en Nehemías 12:43 "sacrificaron
aquel día numerosas vícti­mas, y se regocijaron, porque Dios los había recreado con grande con­tentamiento; se alegraron también las mujeres y los niños; y el alborozo de Jerusalén fue oído desde lejos". Los padres de familia entienden esto. Hacen grandes sacrificios por sus
hijos, pero lo hacen con gozo. ¿Por qué? ¿Cómo es que la gente puede hacer sacrificios, y hacerlos con gozo? Es fácil contestar esta pregunta. Con gran gozo hacemos sacrificios por los que amamos. Dios espera que sus hijos hagan sacrificios por él, pero sólo si los pueden hacer con gozo. Porque de otro modo, si no hay amor, si no somos dadores alegres, si no tenemos la actitud de los macedonios, entonces es mejor no ofrendar nada. Dios no lo acepta.
El ejemplo perfecto del sacrificio con gozo es el de Jesús: "el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios" (Heb. 12:2).
El Uso De La Ofrenda
La ofrenda no puede recolectarse según la sabiduría humana, y la ofrenda no puede administrarse según la sabiduría humana. La Biblia ha hablado claramente sobre este asunto. Dice Pablo "En cuanto a la ofrenda para los santos" (1 Cor. 16:1). La ofrenda no es para la benevolencia general. No es para inconversos. "Mas ahora voy a Jerusalén para ministrar a
los santos" (Rom. 15:25); "este servicio para los santos" (2 Cor. 8:4); "Cuanto a la mi­nistración para los santos" (2 Cor. 9:1).Pero ¿no dice 2 Cor. 9:13 que la contribu­ción es para "todos"? Sí, pero la palabra "contribución" es la palabra "koinonía" que significa "comunión". Es la misma palabra que se usa con respecto a la cena del Señor (1 Cor.
10:16-20). La ofrenda para los santos pobres es comunión con ellos; por lo tanto, en 2 Cor. 9:13 "ellos" se refiere a los santos de Jerusalén, y "todos" se refiere a los santos de otros lugares.
El dinero se lleva o se envía directa­mente a los recipientes. Pablo explica a los corintios que cada iglesia debería escoger su propio mensajero para llevar su dinero a los santos de Jerusalén (1 Cor. 16:3,4; 2 Cor. 8:18-23). No había nada de "iglesia patrocinadora" que sirviera de agente para iglesias.
El dinero de la ofrenda nunca se usó para establecer escuelas, clínicas, asilos para niños y ancianos, etc. Las iglesias de Cristo del primer siglo nunca estableció ninguna institución para hacer la obra de la iglesia.
Honradamente. "Evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda...procurando hacer las cosas hon­radamente, no sólo delante del Señor sino también delante de los hombres" (2 Cor. 8:20,21). Es indispensable que cada con­gregación tenga esta actitud concerniente a la ofrenda.
Desde el momento en que la ofrenda se recolecta debemos usar toda discreción. Cuando se hace la ofrenda, el dinero debe estar sobre la mesa en plena vista de to­dos. Inmediatamente después del culto, dos hermanos varones (no las hermanas, y no los niños o jóvenes, sino dos varones) deben contar el dinero, apuntar la canti­dad en un libro de apuntes especial para esto, y también en la pizarra (o en una hoja de papel en la tabla de anuncios); entonces, hacer todo lo posible para que el dinero sea depositado -- cuanto antes -- en el banco. Hay muchos lugares (mayormente rurales) en los cuales esto no es posible; pero en muchos lugares sí es posible y debe hacerse porque evita mucha "censura".
Lo que se dice aquí es para la protec­ción de los mismos hermanos que se encargan de contar y manejar el dinero, y es para que no haya problemas en la iglesia. El asunto del dinero de la ofrenda siempre es asunto delicado, y debe tratarse con todo respeto y seriedad. Además, si hacemos todo honradamente, los miembros estarán más animados para ofrendar.
Si no hay ancianos (Hech. 14:23; Tito 1:5), entonces en una junta ordenada los varones fieles y responsables deben de­cidir, de acuerdo a la enseñanza bíblica, cómo administrar la ofrenda, y deben dar un reporte adecuado, verbalmente y por escrito, a la iglesia. Esto evita muchos problemas (quejas, murmuraciones, críti­cas) y escándalos en la congregación.
Motivación para ofrendar. Tenemos que ser muy prácticos. Pablo habló de una necesidad específica. Hoy en día toda igle­sia puede hablar de necesidades específi­cas: se requiere dinero para el alquiler del local (o para construir); se necesitan him­narios; se necesitan Biblias y literatura; habrá hermanos necesitados (si no hay en la congregación de la cual somos miembros, habrá en otras congrega­ciones); y hay algo que se descuida mu­cho: la
iglesia debe ayudar con el salario o por lo menos con los gastos de los evangelistas que llevan el evangelio a otras partes.
¡Es sumamente importante la ofrenda!

ANTES DE PARTICIPAR DE LA CENA DEL SEÑOR

ANTES DE PARTICIPAR DE LA CENA DEL SEÑOR
MATEO 27:26-36
MARCOS 15:21-32
LUCAS 23:32-43
JUAN 19:17-30
ISAIAS 53:3-10
Desde luego conviene leer Mateo 26:26-28 y textos paralelos sobre la institución de la cena del Señor;
También conviene leer Hech. 20:7; 11:23-30. Pero participamos de la cena para recordar la muerte de Cristo, y ¿qué nos puede ayudar a recordarla mejor que la lectura de los textos que la describen?
AL ORAR DEBEMOS DAR GRACIAS POR EL PAN “QUE ES LA COMUNION DEL CUERPO DE CRISTO”, 1 Cor. 10:16.
Y DAR GRACIAS POR LA COPA “QUE ES LA COMUNION DE LA SANGRE DE CRISTO”, 1 Cor. 10:16.
DECIR “BENDICE ESTE PAN” Y “BENDICE ESTA COPA” NO ES DAR GRACIAS POR EL PAN Y POR LA COPA.
DECIR “GRACIAS POR EL PRIVILEGIO O POR LA OPORTUNIDAD DE PARTICIPAR” NO ES DAR GRACIAS POR EL PAN Y POR LA COPA.

La Cena Del Señor

La Cena Del Señor
La "cena del Señor" (1 Corintios 11:20) es un acto solemne de adoración en la que los cristianos conmemoramos el supremo sacrificio de Jesús. Pablo dice que Jesús dijo, "haced esto en memoria de mí" (1 Cor. 11:24).
Varios Memoriales En La Biblia
1. La pascua, Éxodo 12:26,27.
2. La fiesta de cabañas, Lev. 23:42,43.
3. Guardar el sábado, Deut. 5:15.
4. Los altares, Éxodo 17:13-16.
5. Levantar piedras, Josué 4:5-7.
Hay monumentos, estatuas, días fes­tivos, fiestas y otras cosas que sirven para recordarnos de eventos y personajes im­portantes. Así también la cena del Señor fue establecida para recordarnos cada primer día de la semana de la muerte de Jesús en "un lugar llamado Gólgota" (Mateo 27:33). Es un acto conmemora­tivo: ni más ni menos, pero es de mucha
importancia.
"La muerte del Señor anunciáis hasta que él venga" (1 Cor. 11:26). Al participar de la cena recordamos y anunciamos su muerte y al mismo tiempo proclamamos que él volverá otra vez "sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan" (Heb. 9:28).
La Institución De La Cena Del Señor
¿Cuándo la instituyó? "la noche que fue entregado" (1 Cor. 11:23). Fue la noche cuando comió la última pascua con sus discípulos (Mat. 26:17-20).
Dos Elementos. Hay dos cosas que componen la cena: el pan sin levadura ("la fiesta de los panes sin levadura", Mat. 26:17), y el fruto de la vid (jugo de uva). Se usó pan sin levadura porque la levadura simboliza la inmundicia (1 Cor. 5:6-8). El "fruto de la vid" no se llama "vino" en ningún texto. Es verdad que "vino" significa tanto el jugo de uva, como el vino intoxicante; pero la palabra no se usa nunca con respecto a la cena del Señor. Debemos hablar como la Biblia habla y decir "fruto de la vid" y evitar la palabra "vino".
"Bendijo". ¿Qué hizo cuando "bendijo" el pan? Luc. 22:19 "Y tomó el pan y dio gracias". Bendecir el pan es sim­plemente dar gracias por él.
Esto Es Mi Cuerpo...sangre. Es lenguaje figurado. Gén. 41:26 dice "las siete vacas hermosas siete años son"; Dan. 7:23 ("La cuarta bestia será un cuarto reino"); Dan. 8:21 ("El macho cabrío es el rey de Grecia"); 1 Cor. 10:4 ("la roca era Cristo"); Gál. 4:24 ("estas mujeres son los dos pactos"). En la Biblia las palabras "es" y "son" significan a veces "representar" o "simbolizar". Jesús todavía no había dado su vida en la cruz cuando dijo esto.
El pan y la copa no pudieron ser, literalmente, su cuerpo y sangre.
La cena no es "sacramento" (palabra que ni es bíblica). No es una "misa". No es para perdón de pecados. Es simplemente un recordatorio.
La Copa. La palabra "copa" se usa figuradamente y significa "fruto de la vid", el líquido, el contenido, y no el vaso mismo: "habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros"; la "copa" se reparte (Luc. 22:17); "La copa de bendición que ben­decimos", el fruto de la vid, no el reci­piente (1 Cor. 10:16); "No podéis beber la copa del
Señor"; la copa se bebe (1 Cor. 10:21); "bebiereis esta copa" (1 Cor. 11:26). Es error grande enseñar que el re­cipiente tiene significado, y que hay tres elementos que tienen simbolismo (pan, fruto de la vid, recipiente o vaso que con­tiene el fruto de la vid). La palabra "copa" se usa figuradamente otra vez en Mat. 26:39. La palabra "mesa" (1 Cor. 10:21) no se refiere a una mesa de madera, sino se usa figuradamente y se refiere a la cena del Señor.
El texto no dice "tomando la copa que contenía el fruto de la vid y dio gracias por ellos". La copa es el fruto de la vid. No para remisión de pecados. Dice Cristo "esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados" (Mat. 26:28).
La sangre de Cristo fue derramada para remisión de los pecados, y el fruto de la vid simboliza esta sangre. Pero no comemos la cena del Señor para remisión de pecados. Algunos creen que deben ayunar y confesar peca­dos para poder tomar la cena, creyendo que este acto es para obtener el perdón de los pecados. Para todo acto de culto debemos acercarnos a Dios con limpieza de vida y con reverencia ("levantando manos santas", 1 Tim. 2:8); pero la cena del Señor es simplemente un recordatorio, ni más ni menos. En este acto conmemo­ramos la muerte de Cristo.
"No beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre". El reino se estableció el día de Pentecostés, Cristo ya ocupó su trono a la diestra de Dios (Hechos 2:30-33). Cristo cena con nosotros (Apoc. 3:20) en su reino que es su iglesia.
"Mi sangre del nuevo pacto". La sangre de Cristo, simbolizada por el fruto de la vid en la cena del Señor, confirmó el nuevo pacto o el nuevo testamento. Al tomar la cena manifestamos que estamos bajo el nuevo pacto.
Dice Heb. 9:17-20, "Porque el testa­mento con la muerte es confirmada; pues no es válido entre tanto que el testador vive. De donde ni aun el primer pacto fue instituido sin sangre. Porque habiendo anunciado Moisés todos los mandamientos de la ley a todo el pueblo, tomó la sangre de los becerros y de los machos cabríos, con agua, lana escarlata e hisopo, y roció el mismo libro y también a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os
ha mandado".
El Antiguo Testamento fue confir­mado con la sangre de animales, pero el Nuevo Testamento fue confirmado con la sangre de Cristo.
Los que enseñan que debemos diez­mar, tocar instrumentos de música en el culto, guardar el sábado, quemar incienso, tener sacerdotes especiales, buscar un reino terrenal, etc. están en error porque menosprecian el pacto sellado con la san­gre de Cristo, y prefieren el pacto sellado con sangre de animales.
Comunión de la sangre, del cuerpo. Dice Pablo (1 Cor. 10:16) "La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?" La palabra "comunión" significa "participación". Dice el
ver. 21 "No podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios".
Los hermanos que se encargan de la mesa del Señor deben explicar que al participar de la cena del Señor, partici­pamos de los beneficios del sacrificio de Cristo, y nos identificamos como miem­bros de su cuerpo. Siendo partícipes de su mesa, tenemos que abandonar toda par­ticipación de la mesa del pecado. No podemos comer de dos mesas.
No tomar indignamente. "Cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor
indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí" (1 Cor. 11:27-29).
Existe una práctica común en la igle­sia de no tomar la cena los que se sienten indignos de participar. Están conscientes de problemas en la vida, debilidades, tropiezos, etc. y se sienten indignos, y no quieren comer y beber juicio para sí mis­mos. No quieren agregar otro mal o incu­rrir en más transgresión.
Desde luego, debemos arrepentirnos de todo pecado, confesando especificadamente los pecados de los que estamos conscientes, y también pedir perdón por los pecados que hayamos cometido de los cuales no estamos con­scientes. Dice Pablo que "aunque de nada tengo mala conciencia, no por eso soy jus­tificado; pero el que me juzga es el Señor" (1 Cor. 4:4).
Pero la necesidad del arrepen­timiento, de la confesión de pecado y de pedir perdón no se relaciona en forma es­pecial con el participar de la cena del Señor. Si no somos dignos de tomar la cena, tampoco lo somos para cantar himnos, orar, y ofrendar. Pero hay her­manos que asisten al culto el domingo para cantar, orar, ofrendar y oír la Pa­labra, pero rehúsan tomar la cena, pensando que son "indignos" de hacerlo. Estos entienden mal la enseñanza de
Pablo.
Para entenderla bien debemos leer 1 Cor. 11:20-22. Dice Pablo, "Cuando, pues, os reunís vosotros, esto no es comer la cena del Señor. Porque al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga. Pues qué, ¿no tenéis casas en que comáis y bebáis? ¿O menospreciáis la iglesia de Dios, y avergonzáis a los que no tienen nada? ¿Qué os diré? ¿Os alabaré? En esto no os alabo".
Los corintios convirtieron la cena del Señor en una fiesta común, menospreciaron a los hermanos pobres, y aun se embriagaron. La conducta de ellos era escandalosa. En tal ambiente no era posible tomar la cena del Señor. El mismo contexto describe cómo se puede tomar "indignamente" la cena del Señor. La práctica de ellos no tenía nada que ver con "discernir el cuerpo del Señor", sino que comían y bebían juicio (condenación) para sí mismos.
Había disensiones entre ellos. Se juntaban para dividirse en grupos. No practicaban "comunión" sino "separación". Y no se reunían para discernir el cuerpo y la sangre de Cristo, sino para llenar sus es­tómagos.
Nosotros podemos caer en este error si hay desorden en la iglesia. Los miembros que no son reverentes y no con­centran la atención en el sacrificio de Cristo cometen este error. Si estamos dis­traídos, si hay personas entrando y saliendo o causando estorbos, podemos caer bajo la misma denuncia de Pablo. Pero Pablo no dice "El que come y bebe sin ser digno", sino "el que come y bebe indignamente". Todo cristiano sincero está consciente de sus flaquezas, y sabe que es indigno del Señor, pero si uno no es digno de tomar la cena, tampoco es digno de orar, cantar y ofrendar. La cena no es ninguna clase de "sacramento", y no es para la remisión de pecados. Aunque es un acto solemne, es simplemente un sen­cillo acto para conmemorar la muerte de Cristo.
¿A Quién Servir La Cena?
No es correcto que los hermanos en­cargados de pasar el pan y el fruto de la vid escojan a quién servir y a quién no. Ellos no son jueces de las vidas y los cora­zones de la gente. Los servicios son públi­cos. Según 1 Cor. 14:23 puede haber visi­tantes. Si éstos quieren cantar, orar, par­ticipar en el estudio u ofrendar, no les prohibimos. Si quieren participar de la cena, no deben ser prohibidos. Los her­manos que reparten Biblias, himnarios, la canasta de la ofrenda o la cena del Señor no tienen que sentirse responsables del servicio que los visitantes (o hermanos in­fieles) ofrezcan a Dios. Debemos enseñar y luego dejar el asunto en las manos de ellos y su Dios.
¿Cuándo Tomar La Cena?
Dice Pablo en 1 Cor. 11:26, "todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa" sin especificar el tiempo para hacerlo. De este texto muchos han con­cluido que la iglesia misma puede decidir en cuanto al tiempo y frecuencia para tomar la cena. Algunos grupos la celebran cada mes, otros cada año. Pero Pablo no da tal libertad en este texto; él dice "todas las veces" para dar énfasis a la necesidad de siempre tomarla en manera correcta.
Hay un solo texto en la Biblia que nos dice cuándo tomar la cena: Hechos 20:7 ("El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les en­señaba"). Este texto contesta la pregunta, "¿Cuándo debemos tomar la cena?" En este texto aprendemos cuál fue la práctica establecida por los apóstoles inspirados como embajadores de Cristo. No hay otro texto que autorice otro día para tomar la cena. El primer día de la semana queda autorizado por el ejemplo apostólico; no hay otro texto que autorice otro día.
Es cuestión de escoger entre el ejem­plo apostólico que nos da autorización bíblica, o la opinión humana (la tradición de las iglesias).
Dos Reuniones El Domingo
Muchas iglesias se reúnen dos veces el domingo, y surge la pregunta: ¿se puede servir la cena dos veces? Es apropiado que haya dos servicios en el día del Señor. Lo ideal es que todos los miembros estén presentes en un servicio para tomar la cena todos juntos. Debemos dar mucho énfasis a esto, y animar a todos los miem­bros a esforzarse a asistir. Los que
se ausentan por la desidia y negligencia deben ser exhortados.
Pero frecuentemente hay miembros que por causas mayores simplemente no pueden estar en las dos reuniones. Con­viene que los que puedan asistir por la mañana tomen la cena por la mañana, y luego si hay hermanos que no pueden asistir a la reunión de la mañana pero sí pueden asistir en la tarde, ellos deben tomar la cena por la tarde.
De esta manera todos participan de la cena el primer día de la semana, como la Biblia enseña, y lo hacen en la iglesia, que es el lugar especificado por la Biblia (la cena no debe llevarse a los enfermos en el hogar; se toma en la asamblea según la Biblia). Los miembros que sólo pueden asistir en la tarde tienen el derecho de participar de la cena, y no conviene re­husársela.
Lectura Bíblica Antes De Tomar La Cena
Muchas veces los hermanos encarga­dos de la mesa del Señor leen textos apropiados. Frecuentemente se leen Mat. 26:26-28; Hechos 20:7; y 1 Cor. 11:23-27. Es muy recomendable que también se lean textos que narran los detalles de los sufrimientos y la muerte de Cristo (por ejemplo: Mat. 27:32-50; Mar. 15:21-41; Luc. 23:13-49; Juan 19:17-30; y hay mu­chos otros muy apropiados como Isa. 53; 1 Ped. 2:21-25, etc.).
Es decir, que no leamos solamente los textos que hablan de la institución de la cena, y los que dan el mandamiento, sino textos que nos ayudan a concentrarnos en el evento mismo que está simbolizado por la cena.
Dice Hech. 20:7 "El primer día de la semana, reunidos los discípulos para partir el pan, Pablo les enseñaba". Sin lu­gar a dudas, esta parte del culto es muy importante. Merece la atención cuidadosa de cada miembro. Los que predican, en­señan y se encargan de servir la mesa deben prepararse bien para que este acto reciba la importancia que merece -- para la gloria de Dios, y para la edificación de la iglesia. Al orar deben dirigirse a Dios -- y no
decir "tu cuerpo", sino el cuerpo de Cristo. Según el orden bíblico, debemos dar gracias por el pan y repartirlo, y luego dar gracias por el fruto de la vid y repar­tirlo.
¡Que el Señor bendiga a sus hijos en la participación correcta y digna (en manera digna) de la cena del Señor!

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